Tour de Francia: una taberna, un telegrama y el grito de la montaña (Homenaje a la 100ª edición)

Bien mirado, la historia del Tour es la de una perfecta simbiosis entre las gestas deportivas y la prensa escrita, desde la edición de los diarios vespertinos franceses de primeros del siglo XX, con las clasificaciones que estudiaban con celo las familias en su casa hasta bien entrada la noche, pasando por los relatos de los periodistas de los años 60, que adelantaban al pelotón, veían la cara de los escapados, paraban para un picnic, y volvían a repetir el proceso hasta crear un relato adobado con grandes dosis de literatura épica, hasta acabar en las actuales salas de prensa, donde las teles planas de alta resolución ahorran el trance y hay tiempo para darle al portátil, para seguir la carrera vía twitter, para sestear, para ahorrar grabadora y pluma a base de recibir notas estereotipadas de los jefes de prensa con lo que dicen sus corredores.

El Tour de Francia, de su nacimiento a hoy, es como un gigantesco retrato de la evolución del periodismo escrito, pero también un cuadro de cómo la vida va relegando la improvisación para transformarse en algo matemático, sin casi lugar a la sorpresa, sin lírica, el camino que va de Bécquer a Galdós; sin romanticismo, en suma. También, el Tour es el ejemplo de lo que son capaces de crear dos individuos en una taberna. Sucedió -y estos días se cuenta la historia con notable acierto- en el parisino Café Zimmer, hoy TGI Friday’s, entre medias, Restaurante Madrid, en el Bulevar de Montmartre. Fue en el marco de una comida más o menos de trabajo entre Géo Lefèvre, periodista apasionado de las bicis, y Henry Desgrange, director de L’Auto-Vélo, el periódico de color amarillo precursor de L’Equipe, competidor de la páginas en verde de Le Vélo, rotativo dirigido por Pierre Giffard, a la sazón maestro de Desgrange y entonces ya convertido en su más encarnizado rival periodístico. Lefèvre, un jovencito de 23 años, expone la fórmula mágica para multiplicar las ventas: una carrera que diera la vuelta a Francia en seis etapas, que en un principio iba a llamarse los Seis Días de la Ruta. Víctor Goddet, padre del Jacques que luego dirigiría el Tour, contable de L’Auto, es quien capta en su calidad de ‘tercer hombre’ las enormes posibilidades comerciales de lo que allí cuenta Lefévre. Su visto bueno convence a Desgrange, que accede a organizar la carrera. Desde ese día, 20 de noviembre de 1902, se pone a resolver las colosales dificultades y dudas que crea la organización de una competición así, sin precedentes, pues el ciclismo sólo conoce hasta entonces clásicas como la Paris-Rouen, la pionera, creada en 1869, o la Paris-Roubaix (1896), esta última, qué casualidad, organizada por Giffard y su periódico Le Vélo.

La lucha entre medios está servida y sus protagonistas saben que sólo una de las dos publicaciones sobrevivirá. Desgrange va resolviendo problemas, con el estimable apoyo de los empresarios Dion, Clément y Michelin, hartos de la línea editorial de Giffard y también de las altas tarifas publicitarias de Le Vélo. Al fin, y tras resolver un problema de baja inscripción de corredores, aumentando la partida de premios hasta 30.000 francos y bajando a su vez la cuota de inscripción de 20 a 10 francos, el primer Tour de Francia arranca el 1 de julio de 1903 desde Montgeron, con 60 ciclistas vistos como chiflados que deben cubrir 2.428 kilómetros en 19 días de carrera y seis etapas, la primera y más larga, de 467 kilómetros. Todo con apenas dos jornadas de descanso.

El primer pelotón del Tour salió de la posada Au Reveil Matin (El Despertador), ante la mirada de unas 2.000 personas. Un deshollinador de profesión nacido en el Valle de Aosta, Maurice Garin, fue el ganador en la primera meta de Lyon. También el vencedor de la general de aquel Tour pionero, que admitía «cualquier bicicleta movida por fuerza muscular», que sólo permitía cambiar de montura entre etapa y etapa y que, en caso de rotura, obligaba al ciclista a terminar la carrera a pie. Un Tour que prohibía los coches de asistencia y la presencia de entrenadores y cuidadores, que establecía controles de paso donde los corredores debían firmar pie en tierra. Un Tour sin puertos, porque las bicis, de 20 kilos más el peso de las herramientas, y el plato y piñón fijos, a 54×17 de combinación (no se inventó el sistema de cambio hasta 1937), lo hacen inviable.

Pero, ¿qué es el Tour sin la montaña? Hasta 1910 no se abordaron los Pirineos. Fue el año de Vicente Blanco ‘El Cojo’, primer español en tomar la salida, barquero bilbaíno que, quizá por su origen, cometió la insospechada burrada de ir en bici a Paris desde Bilbao. Exhausto, no acabó la primera etapa. Ese año pasó a la historia por la que cabe considerar como la anécdota / leyenda más curiosa de la centenaria carrera. Fue cuando un redactor de l’Auto, Alphonse Steinès, propuso al jefe Desgrange que la carrera atravesase los Pirineos.

«- ¡Está usted loco, Steinès! ¿Cómo van a atravesar los ciclistas los Pirineos si no hay caminos?-, espetó el mecenas, acuciado en aquella octava edición por el estancamiento de un Tour necesitado de revulsivos. Ante la determinación de su joven interlocutor, Desgrange siguió a lo suyo:

«- Es una locura. No hay carreteras. Hay senderos, caminos de cabras, aludes, nieve, toneladas de barro. Pero no hay carreteras. ¡Oh, y también hay osos!

-¡Oh! Sí que hay carreteras!», replicó Steinès, que acto seguido tomó un ferrocarril nocturno rumbo a Pau, una de las capitales pirenaicas. Fue allí donde tuvo que convencer a un jefe de zona para seguir aferrándose a la idea de que la locura era posible.

Le espetaron:

«-Usted está loco. ¿Cómo pretende que atraviesen los ciclistas el Aubisque?

-Se puede-, insistió empecinado Steinès, que de inmediato agarró un coche y se fue a subir el Tourmalet -no he logrado averiguar por qué cambió de puerto-. La nieve le bloqueó a tres kilómetros de la cumbre, en la vertiente de Sainte Marie de Campan, pasada la actual estación de La Mongie. Entonces, decidió seguir a pie, según la leyenda con la nieve casi en la cintura, hasta que, tras coronar, apareció en Barèges, unos nueve kilómetros abajo por la otra cara, la de Luz Saint Sauver, aterido de frío y desorientado. Entonces, tras un baño caliente, telegrafió a Desgrange:

«- Atravesado Tourmalet. Stop. Muy buena carretera. Stop. Perfectamente practicable. Stop. Steinès»

La frase telegráfica pasa a la historia del Tour de Francia y ese año, en julio, sin nieve y sin osos, Octave Lapize es el primero en coronar el Tourmalet, tras subir a pie los últimos kilómetros y haber escalado antes en solitario el Peyresourde y el Aspin. Más allá, en el Aubisque, las crónicas relatan la segunda frase mítica de aquel 1910, cuando Lapize, absolutamente desfondado por el sol pirenaico, corona la cima y, al pasar el control de los inspectores, exclama voz en grito:

«- ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Desgrange, Steinès!! ¡Sois todos unos asesinos!»

No hubo marcha atrás. El Tourmalet se ha escalado otras 48 veces y Bahamontes, con cuatro pasos en primera posición, lidera su ránking. Y el Aubisque, segundo en la lista pirenaica, 42 veces desde 1947.

Puertos y hombres, hombres y puertos. Realidades y leyendas, historias que se pierden en la niebla de los tiempos o que son rescatadas por el papel. Y también, los campeones y sus herramientas lícitas e ilícitas. C’est le Tour. La carrera que retrata también su tiempo, incapacitada para ser ajena a la deriva de la Historia. Son 110 años de calendario y, con la que empieza mañana en Córcega, 100 ediciones. Once se perdieron por las Guerras Mundiales: cuatro por la Primera (1915-1918); siete por la Segunda (1940-1946).

La Primera Guerra Mundial se cobró la vida de tres de sus ganadores: el héroe de los Pirineos, Lapize, fue uno; Faber y Le Petit Breton, los otros. La Segunda mutiló el palmarés del hombre que hoy quizá estaría en el Olimpo con siete u ocho Tours en su haber: Fausto Coppi. El italiano ganó en 1949 y 1952, pero sólo pudo participar tres veces, en las que venció en nueve etapas. En los años de conflicto demostró su potencial en todo tipo de clásicas, en el Giro de Italia, logrando el récord de la hora, ganando Mundiales…Por fin, en el 49, se resarció erigiéndose en el primer corredor en hacer el doblete Giro-Tour. Aún hoy, la figura de Coppi, contemporáneo del otro gran italiano, Gino Bartali, está a la misma altura que la de los pentacampeones, el club que inauguró Jacques Anquetil en 1964 con su victoria sobre Raymond Poulidor, el corredor con más podios, ocho, pero el más infortunado, puesto que nunca ganó el Tour.

Durante el reinado de Anquetil, Bahamontes aprovechó un interregno para dar a España su primera victoria, en 1959. Pero después, tras los Tours de Aimar, Pingeon y Felice Gimondi, llegó el devastador dominio de Eddy Merckx. El belga, para la mayoría el mejor de todos los tiempos, se anotó cuatro triunfos seguidos, de 1969 a 1972. En el 73, el año en que Luis Ocaña, el francés de Priego, arrolló en la Grande Boucle, Merckx decidió evitar el Tour para venir a ganar la Vuelta a España. Volvería el año siguiente para ganar el quinto, hasta que en 1975 le apuntilló Bernard Thévenet en Serre Chevalier y sólo pudo ser segundo, el principio del fin de la tiranía. Para la historia quedan además sus 34 victorias de etapa.

La leyenda de los campeones la completan hasta hoy Bernard Hinault, el tercer pentacampeón, cuyo dominio a caballo entre los 70 y los 80 discutieron con notable oposición Laurent Fignon, Joop Zoetemelk y Greg Lemond, al que el campeón bretón, último francés ganador en Paris, cedió los trastos en 1985. Ese año ambos entraron juntos y victoriosos en L’Alpe D’Huez, brazos unidos en alto, en aquel pacto gestado en el seno del potente equipo de La Vie Claire del polémico Bernard Tapie, encaminado a convertir a Hinault en pentacampeón, a base de frenar al joven e incipiente norteamericano, que más tarde ganaría tres ediciones y se perdería alguna victoria más a causa de un accidente de caza. Y con él, vía libre para el duelo Stephen Roche – Perico Delgado del 87 y la victoria del segoviano en el 88.

Y luego, claro: Induráin, el primero en ganar cinco seguidos, y ahora el único, tras la caída de Lance Armstrong. Una mancha en la carrera que da rienda suelta a la sospecha permanente, a la posibilidad de que toda una época sea mentira. Campeones en entredicho inscritos a fuego en el palmarés de una carrera que, no obstante, parece diseñada a prueba de huracanes, polémicas y bandazos. Un entramado organizativo que hoy mueve más de cinco mil personas, incluyendo organización, equipos, periodistas y caravana publicitaria; que condiciona las vacaciones de los franceses y puebla las cunetas de niños que anuncian la llegada de la carrera al grito «Ils arrivent», cada año entre siete y diez millones de personas a ras de asfalto en sus 21 días de competición, y varios centenares de millones más ante el televisor, en los más de doscientos países a los que se retransmite. Un monstruo que, sin gran competencia en el mes de julio, presume de ser el tercer acontecimiento deportivo de la Humanidad, tras los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol, y el único de los tres que tiene carácter anual. Si viviera Desgrange…

Y pensar que todo empezó en una taberna del Bulevar de Montmartre fruto de una rivalidad entre periódicos, y siguió con un telegrama y un grito en la montaña…

Luego me dirán que no frecuente los bares, que de ahí no sale nada.

Felicidades centenarias

 

JAIME FRESNO.

Previo al Tour de Francia. Julio de 2013.

Nota: No hubiera sido posible escribir esto sin almacenar a papel artículos y reportajes de El País Semanal, El País, El Mundo, Diario 16, Marca, As, Meta2Mil, Ciclismo a Fondo y algo más que se me puede olvidar, pues el archivo comienza en el 88 con Pedro Delgado.

 

 

 

4 comentarios

Añadir un comentario
  1. Muy bueno Jaime….

  2. Fantastico.
    Con esta entrada he aprendido un montón de cosas que no sabia sobre la gran prueba. Aunque a mi como a otros muchos, el ciclismo nos engancho por ver La Vuelta pasar por las carreteras serranas hace ya muchos años. En mi caso el año de Hinault en la Carretera de Colmenar a la altura de Cerceda.

    1. Jaime Fresno Ballesteros

      Me alegra mucho que te haya gustado. Yo también empecé como tú, en el casa Tere de los Leones con los transistores

  3. Ojala algún dia este deporte pueda volver a ser lo que fue en este pais. Es dificil pero posible.
    Ver las cunetas en Francia, Italia, Belgica u Holanda dan fe de que es posible.

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