Varias veces he dormido en Soto de Cangas, un pequeño caserío con iglesuela románica y gallinas sueltas, cortado por el río Reinazo, afluente del Güeña, y que por allí baja alegre tras su serpenteo por Covadonga, dejando ver en verano un lecho pedregoso al que flanquea un festival de hayas, robles y pinos silvestres. Es […]