Abril de 2014: el Bayern de Múnich de Pep Guardiola es el rival del Real Madrid en las semifinales de la Champions League (en adelante, Copa de Europa). El potentísimo cuadro bávaro lidera con puño de hierro la Bundesliga, y en Europa lleva una competición prácticamente inmaculada. Ha gobernado su grupo de clasificación, en igualdad a puntos con el Manchester City, y ha superado con solvencia los cruces eliminatorios ante el Arsenal (3-1) y el Manchester United (4-2), credenciales que lo sitúan por encima en las apuestas de un Real Madrid que se ve superado en la Liga por el Atlético de Madrid y el Barcelona, y que viene de sufrir en Dortmund para defender el 3-0 de la ida ante el Borussia. Una amplia mayoría de expertos no dan chance al equipo de Ancelotti, cuya afición se agarra a la épica y a la historia como únicas herramientas que contraponer al poder alemán. La gente llena el Bernabéu a caballo entre el temor y la ilusión. Mucha gente da por descontado un gatillazo de época.
El inicio de partido, con los alemanes acaparando la posesión de balón y martilleando las bandas con Robben y Ribery, silencia el estadio. La gente intuye un Madrid sonado a la primera y un Bayern preparado para sentenciar ya en la ida. Hay zozobra, y en plena era de las redes sociales, el Madrid encaja un severo castigo de salida en cada tuit. Todo dura 19 minutos, hasta que Coentrao, un proscrito que además fuma, sirve a Benzema el 1-0. El partido cambia. El Madrid pasa a gobernarlo, gana los balones divididos, presiona como un candidato al descenso y Chamartín engulle al Bayern de forma progresiva. Finalmente, los alemanes son capaces de aguantar la efervescencia blanca para llevarse una derrota mínima que, otra vez, y según la mayoría de los pronósticos, superará sin mayor problema al calor del Allianz Arena, territorio minado para el Madrid. Craso error.
Guardiola duda en la víspera de la vuelta sobre cómo jugar y solicita a su núcleo duro de jugadores que se autogestionen. Lo que vino a continuación es sobradamente conocido: dos goles de Sergio Ramos antes del minuto 20, y un Madrid punzante y vertical que acaba cerrando la goleada con dos tantos más de Cristiano Ronaldo. 0-4 para un balance de 5-0 en el global, primera victoria del Madrid en Múnich y un golpe devastador en la historia de ambos clubes. La víctima ha mutado en asesino en 180 minutos. Otra vez.
El episodio ante el Bayern, coronado en Lisboa con la décima Copa de Europa, no es casual en la historia del Real Madrid en la máxima competición del fútbol mundial de clubes. Tampoco es ajeno a sus participaciones en la extinta Copa de la UEFA. Basta recordar aquella legendaria remontada al Anderlecht de 1984, entonces probablemente el mejor equipo del continente, con Vincenzo Scifo, Morten Olsen, Frank Vercauteren o Frank Arnesen en sus filas. Aquella escuadra, máxima favorita a todo, fue literalmente licuada en Chamartín (6-1), con los goles de Butragueño (3), Valdano (2) y Sanchís. De nuevo la víctima fagocita al presunto asesino. O de nuevo intercambia papeles con él, según se mire.
Pese al enorme nivel de aquella Copa de la UEFA, en la que se jugaba una eliminatoria más que en la Copa de Europa y existía un potencial de equipos perfectamente equiparable, es la máxima competición la que contiene numerosos ejemplos de hasta dónde pueden llegar las metamorfosis blancas.
Una de las más recordadas se localiza muy cercana a la propia génesis de la competición, en la Segunda Copa de Europa de 1957, cuando al Real Madrid le toca cruzarse en semifinales con el Manchester United de Sir Matt Busby , aquella maravilla de equipo liderada por Bobby Charlton y Duncan Edwards, la gran perla del fútbol inglés, el chico que apenas pudo sobrevivir 15 días al trágico accidente aéreo de Múnich en el que fallecieron siete jugadores de aquella legendaria escuadra. Meses antes, los ingleses llegaron a Chamartín como clara alternativa al campeón, y eso parece en la primera parte, saldada sin goles. Tras el descanso, los 120.000 espectadores que abarrotan el estadio ven cómo el Madrid descerraja la eliminatoria: Héctor Rial coloca el 1-0 y sobreviene una tempestad sobre la portería de Ray Wood, que ve cómo en poco más de cuarto de hora Di Stéfano y Mateos suben el 3-0 al marcador. Sólo muy al final, Tommy Taylor acierta a anotar el 3-1 que da ciertas esperanzas al United, sin acertar a disipar la sensación de que el campeón de Europa es superior.
El 22 de abril de 1957 se juega la vuelta en un abarrotado Old Trafford, en medio de un clima volcánico. Pero no es suficiente: con Di Stéfano al mando de las operaciones, el Madrid acogota de salida al United y lo acribilla mediado el primer tiempo, con goles de Kopa y Rial. El orgullo inglés de la segunda parte desembocó en el empate final, tras los tantos de Taylor y Charlton, pero el Madrid ya está en la senda de su segunda copa, que ganará por 2-0 a la Fiorentina en Chamartín.
Saltemos ahora tres años y vayamos a 1960, ya con cuatro Copas de Europa en las vitrinas del Real Madrid. Es la época del Barcelona de Helenio Herrera, probablemente el entrenador más prestigioso de la época, que conduce un elenco que, a partir de Ramallets, juega en el medio con Segarra y despliega en el frente de ataque una delantera temible, con Luis Suárez, Kocsis, Eulogio Martínez y Evaristo. Los azulgrana están dominando la Liga y llegan a Chamartín tras superar sucesivamente en cuartos al AC Milan (7-1), y al campeón inglés, el Wolverhampton Wanderers (9-2), en semifinales. El cruce con el Madrid se toma como el asalto definitivo de los blaugrana al trono europeo, pero una vez más la realidad es tozuda con los apostantes, y castiga al Barcelona con una de sus mayores derrotas históricas en el continente: Di Stéfano y Puskas marcan distancias en la ida, colocan un rápido 2-0 que es acortado por Eulogio Martínez a poco del descanso. Será muy cerca del final cuando Di Stéfano redondee el 3-1 que dio la ventaja parcial al Madrid.
La vuelta, en un Camp Nou lleno hasta los topes, dejará otra joya histórica del Real Madrid, con Puskas y Di Stéfano estelares. El interior húngaro coloca el 0-1 en la primera parte, y en la segunda, es Gento quien disipa cualquier duda anotando el 0-2. Para entonces, el partido es un recital de Di Stéfano, que aparece por todas partes. Puskas hace el 0-3 y el público barcelonista empieza a ovacionar cada acción de La Saeta, al tiempo que abronca a Helenio Herrera. Son las últimas horas en el Barcelona del preparador de origen argentino apodado como El Mago. Será destituido tras la eliminatoria. Y también, estamos en los días previos a la quinta coronación europea del Madrid, ya despojado del disfraz de víctima, al menos ese año.
La explosión definitiva llega el 18 de mayo de 1960, en el estadio Hampden Park de Glasgow y ante 127.000 espectadores, récord histórico de asistencia a una final de la Copa de Europa. La expectación es máxima para ver al Madrid, pero también al Eintracht de Frankfurt, que viene de apisonar en el sentido literal de la palabra al Glasgow Rangers, con un 12-4 global (6-1 en Alemania y 3-6 en Escocia). Lógicamente, el público de Glasgow clama venganza, y un amplio sector del estadio toma partido por el Madrid. Es la literatura previa al choque de trenes.
El Eintracht tiene a Friedl Lutz, Erwin Stein, Alfred Pfaff, a Richard Kreb… Casi todos internacionales con la potentísima selección alemana de la época, que años antes, en 1954, había podido con la gran Hungría de Puskas en la final del Mundial. Ante eso, el Madrid saca a jugar a Domínguez; Marquitos, Santamaría, Pachín; Vidal, Zárraga; Canario, Del Sol, Di Stéfano, Puskas y Gento. Una vez más, las sensaciones pegarán un giro de 180 grados. El Eintracht entra al partido a toda mecha y desarbola al Madrid por fuera. A los pocos minutos, Richard Kreb rompe la zaga blanca y hace el 0-1. Los alemanes no levantan el pie y rozan en varias ocasiones el 0-2. Pero todo cambia cuando Di Stéfano, según posteriores testimonios, le pide a Del Sol que retrase su posición. Es el principio del mayor festival futbolístico de la historia de la Copa de Europa: en tres minutos, del 21 al 24 del primer tiempo, Di Stéfano da la vuelta a la final con dos goles. Y al filo del descanso, Puskas coloca el 3-1.
En declaraciones al diario As en 2014, Friedl Lutz explicó así lo sucedido: “¡Puskas y Di Stéfano! Di Stéfano era como un fantasma, estaba en el área y atrás, nunca sabías dónde, y nadie le podía marcar. Él creaba y Puskas te daba la puntilla. Tenía un disparo impresionante. Nos hicieron polvo entre los dos. Wellbachec, que defendía a Di Stéfano en la primera parte, estaba reventado a los 20 minutos. En el descanso el técnico dio orden de marcaje doble a Puskas y Di Stéfano. ¡Así que había cuatro que casi dejaron de jugar! Fue un error…”
La gran exhibición se desata definitivamente en la segunda parte: Puskas acabará con cuatro goles, récord aún hoy en una final, y Di Stéfano hará uno más para acabar su triplete. Durante décadas, la BBC emitió anualmente el festival futbolístico de Glasgow, anunciándolo como “el mejor partido de todos los tiempos”.
Conviene recordar que todo sobrevino una vez más con el Madrid metido en el papel de víctima. Igual o parecido a cuando abordó a la Juventus en la final de Amsterdam, o al Valencia en la final de París. Igual o parecido a varias situaciones más ante equipos como el Inter o el Nápoles de Maradona,
En cierto modo, el Real Madrid recuerda a una montaña del Himalaya de más de 8.000 metros, puede ser que al Everest: uno puede haber analizado toda la subida, todas sus vertientes y aristas; puede manejar partes meteorológicos fiables, estar en una forma física envidiable, tener una experiencia de muchos años y usar un material de última generación. Pero siempre habrá un imponderable que se guarde la montaña para sí. Siempre ella tendrá la última palabra, la potestad de abrir o no la puerta, sea con una avalancha imprevista o un cambio súbito de tiempo.
Ése es el Madrid de la Copa de Europa: el Everest del fútbol, con sus puertas indescifrables
Febrero de 2018