De Cesenatico a Rímini apenas hay media hora de viaje bordeando el Adriático, por una carretera de litoral, bella y placentera, que atraviesa las turísticas localidades de Gatteo a Mare y Bellaria Igea-Marina, hasta desembocar en la ciudad utilizada por Federico Fellini como plató de “Amarcord”. Veinticinco kilómetros de la vida a la muerte de Marco Pantani, de su pueblo natal, desde donde se dice que se divisa la costa dálmata en los días claros, a la ciudad donde fue encontrado muerto en un hotel de medio estrellaje, solo, con la puerta de la habitación atrancada, con una tortilla de gambas a medias, sangre en la nariz y el cajón de la cómoda lleno de cajas y recetas de Orfidal, Dormodor, Surmontil… Medicinas para el insomnio, contra la ansiedad, muestras del duro combate del hombre frente a la depresión galopante, cuando el diablo interior está a punto de ganar el pulso al endeble humano, víctima de una espiral autodestructiva en la que sólo ve luz para programar un cambio de vida en una clínica de desintoxicación en Bolivia. Es 14 de febrero de 2004, día de San Valentín, y Pantani, ya sólo Marco para unos pocos narcotraficantes, no podrá coger el vuelo programado para el día 27 de ese mes, como quiere su amigo Mario Cipollini. “El Pirata sufrió un accidente cardiovascular masivo, muy raro en personas de menos de 55 años. Los productos dopantes consumidos en el tiempo de las grandes escaladas, y la cocaína y los fármacos con que, a partir de 1999 (tras la expulsión del que iba a ser su segundo Giro, en Madonna di Campiglio), acompañó su soledad y su amargura, parecían haber causado un envejecimiento prematuro”, dijeron los expertos forenses. Una vez más, la secuencia de los acontecimientos habla de que el consumo de sustancias dopantes conduce a la caída en las drogas sociales, en cuanto el deportista irreductible, el gran campeón, el ídolo de masas, deja de estar a la altura de su propio personaje y se precipita al abismo de la soledad.
Como en las tragedias griegas, ya no hay diálogos, sino soliloquios:
“He sido humillado por nada. Durante cuatro años he estado en todos los tribunales, he perdido las ganas de ser como muchos otros deportistas, pero el ciclismo ha salido perjudicado y muchos jóvenes han perdido la esperanza en la justicia. (…) Yo me estoy hiriendo con el testimonio de una verdad sobre mi documento, para que el mundo se dé cuenta de que todos mis colegas han sufrido humillaciones, en habitaciones con cámaras escondidas para intentar arruinar a las familias; ¿y cómo haces después para no hacerte daño? (…) “Sé que he fallado con las pruebas, pero, sólo cuando mi vida deportiva, y sobre todo la privada, ha sido violada, es cuando de verdad he perdido mucho. (…) “Estoy en este país con ganas de decir que ‘hasta la victoria’ (en español en el original) es un gran objetivo para un deportista, pero lo más difícil es haber dado el corazón por un deporte con accidentes y lesiones, y siempre lo he superado. Pero qué es lo que queda, hay tanta tristeza y rabia por la violencia en que la justicia a ratos ha caído (…) Espero que mi historia sirva de ejemplo a los otros deportes, que sí haya reglas, pero deben ser iguales para todos. No existe trabajo que para realizarse se deba dar la sangre y se hagan los controles por la noche a las familias de los deportistas. Yo no me encuentro ya más seguro tras haber sido controlado en casa, en el hotel, con cámaras, y he acabado por hacerme daño, por no renunciar a mi intimidad, a la intimidad de mi mujer y de otros colegas. Y muchas historias de familias violentadas. Pero id a ver qué es un ciclista y cuántos hombres conviven con la tórrida tristeza para intentar volver a esos sueños que se infringen con las drogas. (…) Este documento es verdad. Y no soy un falso, me siento herido y todos los jóvenes que me crean deben hablar. Ciao, Marco”.
Esta carta de despedida fue leída por Manuela Ronchi, representante de Pantani, durante la ceremonia fúnebre oficiada en la iglesia de San Giacomo de Rímini. Tras la evidencia del proceso autodestructivo, el texto remite entre líneas a lo que Pantani siempre consideró una injusticia: su expulsión con la maglia rosa del Giro de Italia de 1999, en el que estaba arrasando con cuatro victorias de etapa extraordinarias. Faltaba una previsible nueva exhibición en el Mortirolo, que esperaba la apoteosis con cuarto de millón de tifosis agolpados en sus laderas, y el paseo final por las calles de Milán. Pero aquel 5 de junio el destino pegó un giro radical a las siete de la mañana, cuando los vampiros entraron en el hotel del Mercatone Uno en Madonna di Campiglio y detectaron un 51,8 % de hematocrito en la sangre del Pirata, por encima del límite del 50%.
Reglamento UCI en mano, ello no constituía positivo, ni la consiguiente sanción de dos años, pero sí la retirada del ciclista por precaución médica, debido al aumento de la viscosidad de la sangre que agranda el riesgo de infarto. Dicho de otro modo, ante la imposibilidad de demostrar si el hematocrito alto es debido al consumo de eritropoyetina exógena (EPO inyectada), o a un aumento natural debido a la estancia prolongada en altitud (eritropoyetina endógena, la que genera el propio cuerpo), las autoridades optaron por implementar una medida cautelar vestida de prevención médica, con quince días fuera de las carreras para el implicado, que a ojos del mundo daba rienda suelta a la teoría del dopaje, ante la fundamentada sospecha del uso de EPO. Pantani salió esposado del hotel, cayó en una depresión que le apartó de la defensa de su título en el Tour de Francia de aquel año, que hubiera podido correr una vez cumplidos los escasos quince días de parón obligado. Marco entró entonces en un vía crucis de tribunales en el que, nada más y menos, intervinieron por unas cosas o por otras, hasta siete fiscalías.
Pantani nunca dio positivo. Pero, al margen de su condición de estrella en una época definitivamente destapada como oscura por recientes investigaciones en Francia que, apoyadas en el reanálisis de la sangre almacenada de los ciclistas del Tour de 1998, y que sometida a los avanzados controles actuales en el laboratorio de Chatenay Malabry han dado como resultado el positivo retroactivo de hasta treinta corredores, entre ellos gente como Laurent Jalabert y Abraham Olano, existen tres episodios que alimentan la sospecha o la evidencia de dopaje, según se mire: Madonna di Campiglio es el más conocido, pero conviene recordar que la sangre de Pantani ya dio un 60% de hematocrito, ocho puntos más, cuando se sometió a un análisis tras su brutal caída en la Milán – Turín de 1995, cuando se estrelló en plena bajada contra un jeep que subía en dirección contraria habiéndose saltado todos los controles y se rompió el fémur y la tibia, quedando imposibilitado para correr en 1996. Y el tercer punto controvertido se halla en una bolsa de la Operación Puerto, con las siglas PTNI. De corresponder al italiano, las notaciones de Eufemiano Fuentes indicarían que el doctor canario prescribió al Pirata en 2003 más de 40.000 unidades de EPO, siete dosis de hormonas de crecimiento, treinta de anabolizantes y cuatro de hormonas de la menopausia. Ese año Pantani no logró buenos resultados y colgó la bicicleta, lo que serviría para soportar la teoría de que el dopaje no transforma mulos en caballos de carreras. Ese año, el Pirata apenas entrenaba y sus famosos 57 kilos de peso eran muchos más, por efecto de una vida definitivamente entregada a las drogas sociales y los excesos, empujado por unas amistades peligrosas que, a resultas del proceso abierto en Rímini, ha significado el ingreso en prisión de cuatro personas, condenadas por «homicidio culposo» por vender dosis mortales de cocaína a Marco Pantani.
Pero volvamos al año clave de 1999, en Madonna di Campiglio, señalado por el entorno del ciclista como el de la verdadera ‘muerte’ de Marco, porque, presunto dopaje al margen, hay otra oscura trama detrás. Para explicarla, me remito al extraordinario artículo publicado por Eleonora Giovio en El País el 18 de febrero de 2008, sobre una investigación de la Fiscalía de Forli por las presuntas apuestas ilegales sobre Pantani en el Giro de Italia de 1999, y sobre las acusaciones de la madre de éste. Va textual:
“Todos se dieron cuenta de que Marco molestaba y se lo han querido quitar del medio», asegura mamma Tonina (madre de Pantani). Lo repitió en diciembre en una entrevista en la RAI. Habló de presuntas amenazas al presidente del club Mágico Pantani -quien aseguró haber recibido una llamada el día después de la exclusión de Marco: «Es mejor que le hayan retirado porque si no, lo habrían quitado del medio»-; habló de una conversación en una cárcel de Milán pocos días antes de que Pantani fuera excluido del Giro, entre Renato Vallanzasca -condenado a cuatro cadenas perpetuas y 260 años de prisión por secuestros y homicidios- y un compañero de celda que le ofreció apostar unos cuantos millones sobre el ganador del Giro -«Marco no lo ganará seguro»-. También habló de «algunos peces gordos que han comprado el silencio de todos los que sabían algo». Hay algo de rocambolesco en toda la historia porque la noche de la entrevista, sentado delante de la televisión, estaba el fiscal de Forli. Dio con el programa y decidió abrir otra investigación. Ya no se trata de aclarar lo que ocurrió en la habitación de Rímini, sino de averiguar qué pasó antes y después de aquel 5 de junio de 1999. «No me espero demasiado… Tengo miedo de que si no encuentran elementos novedosos cierren el caso pronto», se sincera Tonina, que pocos meses antes de que Marco muriera había empezado los trámites para inhabilitarle legalmente. Pero el fiscal sí que vio elementos novedosos. Primero, el asunto Vallanzasca. A través de su blog en la cárcel escribió una carta a la familia Pantani en noviembre. «No voy a resolver el misterio de Fátima, pero sí os puedo decir lo que sé y que en su día dije al juez de Trento que me interrogó». Fue escuchado por un juez sí, pero nunca nadie pidió que declarara en el juicio de Rimini. Cuenta Vallanzasca que un conocido se le acercó antes de la famosa etapa del Giro. «¿Tienes un par de millones para tirar a la basura?, me preguntó. Si los tienes, apuesta por el ganador del Giro, no será Pantani», escribe. «Va demasiado rápido. Tendrían que dispararle para que no gane», le contestó. Vallanzasca no apostó porque no tenía dinero. «Allí estaba el truco, pensé cuando pararon a Pantani», recuerda en su carta”.
Bien analizada, la trama de las apuestas ilegales parece justificar dos cosas: por un lado, la reacción de la familia exponiendo a Marco como víctima de un complot que, con el paso del tiempo, acaba desquiciando al deportista hasta el punto de llevarle a la muerte; por otro, la respuesta a las preguntas que muchos nos hicimos entonces, sintetizadas en una: ¿Por qué al líder, y a dos días del final, cuando como portador de la maglia rosa había pasado todos los controles anteriores, además en su propia carrera y justo tras destacarse como cabecilla de la rebelión del pelotón del Tour 98 ante el Caso Festina?. Demasiado raro. No es mi intención justificar una época de dopaje, probada casi al 70%, ni el proceso autodestructivo de una persona frágil, dicen que introvertida, por la simple razón de que otros, como Richard Virenque, pasaron por un trago similar sin resultado de depresión y muerte, aunque el francés, refiriéndose a Pantani, sostuvo que él se libró por el apoyo familiar. Desde luego, Pantani no lo tenía desde meses antes de su muerte. De hecho, los libros publicados hablan de que se alojó en el hotel La Rose tras una discusión familiar. Sus padres habían iniciado los trámites para inhabilitarle en la gestión de su patrimonio, su novia le había dejado tras abortar el embarazo de un hijo que Pantani deseaba fervientemente. No,no tenía apoyo familiar y su situación depresiva se le había ido de las manos, a él y los pocos amigos qu le quedaban.
El brillante amateur que derivó en escalador de época
Fue un final muy distinto al de sus inicios, cuando un chico flaco y menudo de la costera Cesenatico, de diecinueve años, hijo de humildes hosteleros, orejas grandes y alopecia prematura, se convirtió en ciclista amateur por consejo de su abuelo, un zapatero comunista. Pocos ajenos al mundillo ciclista saben de la época amateur de Marco, con la friolera de veintinueve victorias en medio de una competencia voraz, rodeado de los excepcionales escaladores italianos de finales de los 80 y los primeros 90 y sin la más mínima sospecha de dopaje: Wladimir Belli, Francesco Casagrande, Gilberto Simoni, Andrea Noé, Leonardo Piépoli, Iván Gotti… Batallas épicas desarrolladas en puertos impropios en el campo amateur de otros países, por su dureza. Pantani entró en lucha con todos ellos en los Girinos (Giro de Italia amateur) de los años que van de 1989 a 1992, año en el que al fin logró la victoria absoluta tras los podios el 90 y el 91. Para la historia quedó una extraordinaria exhibición ante Belli en el Passo Furccia, pero también un episodio que habló a las claras de la determinación y mentalidad del campeón en ciernes: en su primer prólogo del Girino perdió el control de la bici en una mancha de aceite y se cayó, dislocándose un hombro y haciéndose una importante brecha. El director del equipo llamó a su padre para que se lo llevara, pero Pantani decidió continuar. Atacó en casi todas las subidas y escaló hasta la tercera posición de la general de aquel Girino de 1990, iniciando una brillantísima etapa sub 23 que le llevaría en 1993 al Carrera de Claudio Chiapucci. De ahí en adelante, es la historia más conocida, una historia a caballo entre las gestas y las lesiones graves, como la referida de a Milán – Turín de 1995, o la tendinitis que le obligó a abandonar el Giro de su debut cuando estaba en el top 15 de la general y faltaba por subir todos los Dolomitas. La historia del único ciclista capaz de llevar a Induráin a descubrir sus límites en la etapa del Mortirolo de 1994, la del desfallecimiento del navarro en el Valico de Santa Cristina, con el Giro en juego; la historia del escalador que rompió quizá ya para siempre el récord de la subida a Alpe d’Huez en 1995, con un ataque a doce kilómetros de la cima, 36:50 minutos a una media de 20,9 Km/h; del hombre que derrotó en 1998 a Zuelle y Tonkov en su victorioso Giro de Italia, tras memorables ataques en la Marmolada, Pampeago y Plan de Montecampione; del escalador que derrotó a Jan Ullrich en el Tour de Francia, con una hazaña de otra época bajo la lluvia en el Galibier, camino de Les Deux Alpes. Y la historia del ciclista que desafió a Armstrong en el único mano a mano que ambos mantuvieron, en el Tour de 2000, y que habla a las claras de una mentalidad de campeón sin igual. Ese año Pantani no estaba al cien por cien, y Armstrong estaba en la cima, con el US Postal sometiendo al pelotón a su particular dictadura. En el Mont Ventoux, Armstrong siguió con suficiencia el ataque del italiano y le cedió la victoria parcial, pregonando su decisión a los cuatro vientos. Pantani, furioso, destrozó la carrera en el siguiente final en alto de Plateau de Beille, aventajando al americano en más de minuto y medio, el día de su última victoria de etapa, el día en que rebasó por última vez a su amigo Chava Jiménez. Pantani, alejado en la general, se entregó a una ofensiva total que le llevó a jugarse el Tour en un ataque suicida en la etapa de Morzine, cuando demarró en el col de Saissies a 150 kilómetros de la meta y con tres puertos más que subir, entre ellos el terrorífico col de la Joux Plaine. No llegó hasta allí. Abandonó víctima de una gastroenteritis motivada por el desfondamiento, pero se cobró su pequeña recompensa: Armstrong, con el US Postal desarmado por la intensidad de aquel ataque, sufrió un desfallecimiento en la Joux Plaine que puso en jaque su maillot amarillo. Pantani había demostrado que no tenía miedo a nadie, era el rebelde ante el régimen opresor. Pero ese día su estrella empezó a eclipsarse, absorbida por los problemas derivados del día de autos en Madonna di Campiglio. Ganó peso. Reapareció en 2001, luego en 2003, cuando aquel ataque sin éxito a Simoni y su 14º puesto en la General. Pero no valía para firmar esas posiciones. El no poder estar a la altura del Pantani campioníssimo acabó por desquiciarle casi tanto como lo que entendió como una caza de brujas hacia su figura, en aquel fatídico 1999.
Un día, escuchando Carrusel Deportivo, casi ya a última hora, Paco González anunció su muerte con voz trémula: “Ha muerto…Marco Pantani”. Impactado, tardé días en asimilar que ya no volvería aquél que me levantaba del asiento. Y asistí en años sucesivos a una cascada de noticias más relacionadas con la crónica de sucesos que con mi deporte favorito, el más bello por dificultad, escenarios y épica. Pero jamás me resigné a creer que Pantani, de otro modo, no hubiese sido un gran campeón, que no fue, junto a Charly Gaul y Bahamontes, el mejor escalador de la historia, el único de corte puro en ganar el Tour en la era moderna, desde Perico Delgado. Por eso doy todo el crédito al periodista italiano Gianni Mura:
«-¿Utilizó Pantani EPO?
-Sí, como todos
– ¿En qué medida?
– Dicen que a niveles altos
– ¿Habría ganado del mismo modo?
– Sí, a igualdad de carburante».
JAIME FRESNO.
14 Febrero de 2014, cumplidos diez años de la muerte de
Marco Pantani