Mourinho, Pellegrini y el capitán Ahab

«Soy José Mourinho, con todas sus cualidades y con todos sus defectos», dijo el entrenador portugués nada más tomar la palabra tras ser presentado por Jorge Valdano, hace ahora tres años. La cita sirve para sustentar mi primera idea: Mourinho no ha engañado a nadie y su frase fue toda una declaración de intenciones. Algo así como un «aquí estoy yo y ni el Real Madrid me va a cambiar. Actuaré como vengo haciendo». Tan loable como amenazante.

Convengamos que las cualidades de Mourinho eran de sobra conocidas; y los defectos, también. Creo que huelga enumerarlos ahora, no es ése el tema, sino exponer mi conclusión: lo que muy probablemente ha ocurrido es que cuando las cualidades de Mourinho no han bastado para el objetivo, los defectos no sólo han prevalecido sobre ellas, sino que se han visto amplificados por el mayor altavoz que existe en el mundo futbolístico; el Real Madrid. Era el riesgo que corría Florentino Pérez, asumido en la necesidad no sólo de hallar el éxito en el corto plazo, sino también en la de encontrar un escudo mediático de primer orden que le evitara tanto el desgaste de su etapa anterior como el que empezaba a aflorar de nuevo, tras el fusilamento en plaza pública de Pellegrini. Él lo sabía. Le venía bien para mantenerse en el anhelado segundo plano. Como los hechos han demostrado después, el presidente sólo ha reaparecido comunicativamente hablando cuando, una vez recuperadas las llaves del coche, léase el club, ha tenido que salir a justificar el divorcio y pedir a los socios una nueva patente de corso en forma de confianza para afrontar un futuro más que incierto, por el evidente peligro de un nuevo bandazo.

He sostenido desde el primer minuto la inconveniencia de la apuesta de Florentino por Mourinho y, los que me conocéis, sabéis que es así desde hace tres años. No por no ser válido como entrenador, que lo es, sino porque la historia demuestra que los grandes éxitos del Real Madrid, excepción hecha de la época de Di Stéfano, generalmente han venido con el equipo partiendo desde segunda línea y de la mano de tipos sin una cuota excesiva de intervencionismo, léanse Beenhacker, Heynckes o Del Bosque. De hecho, la clave del éxito madridista siempre ha estado ligada a un equilibrio más o menos perfecto entre ese intervencionismo y una cuota razonable de autoridad del entrenador. Más unas veces, menos otras. Traducido: el Madrid no necesita un animal mediático, no precisa de un personaje prefabricado, o autofabricado, y menos que alguien cree la falsa impresión de que el entrenador quita presión a los futbolistas a base de acaparar focos. Mentira, porque hablamos de superprofesionales. Lo que necesita el Madrid es un gestor que ponga en valor el club y no tire de currículo para imponer un poder que, ahora, se ha revelado cuando menos como el de los demás, con los mismos problemas y taras, con las mismas raíces, con idéntico final; necesita un entrenador normal que saque rendimiento a los jugadores y trace una idea de juego reconocible, aunque no sea excelente. Porque se supone que los jugadores ‘top’ que siempre tiene el Madrid ya se encargarán de marcar esa excelencia en el campo.

Dicho esto, el objeto de esta entrada se basa en dos asuntos que llevan años castigándome la cabeza: uno son las obsesiones de Mourinho, según varias amigas psicólogas, un personaje digno de estudio; otro es Pellegrini y el evidente déficit de crédito que tuvo en relación al portugués. Veamos.

Para lo primero existe una novela: «Moby Dick», de Melville. Nada mejor que ese relato del mar para explicar la obsesiones, y cómo ellas pueden llegar a hipotecar el objetivo de una misión. Ahab, el capitán del Pequod, uno de los mejores en el arte de cazar ballenas, pierde una pierna en un duelo a muerte con el gran cachalote blanco y, desde entonces, consagra su vida a vengarse del animal, aun a costa de desviar a sus hombres del fin de esencial: cazar ballenas, almacenar su aceite… El trabajo rutinario, la labor por la que pagan a todos, vamos. Viene esto al caso porque creo que Mourinho eligió el Madrid por su condición de antagonista del Barcelona, el equipo perfecto sobre el cuál mostrar las cualidades que él creyó infrautilizadas en el Nou Camp, cuando fue segundo de Robson y Van Gaal, cuando se inició en el arte de dar instrucciones en un equipo de superélite, o cuando, destituido Frank Rijkaard, la directiva de Laporta desestimó su opción para apostar por la incógnita Guardiola, un jugador al que el portugués transmitía órdenes en la Masía, propias y de Robson. Así que, al Madrid. Qué mayor motivación cabe que entrenar no sólo al eterno rival, sino hacerlo desde una posición de poder sin igual en el fútbol mundial.

Cuando Mourinho llega al Bernabéu, lo hace justo un año después de que el club haya realizado la mayor inversión en fichajes de la historia del fútbol. Las cifras las sabéis todos: unos 250 millones de euros, más del 50% del «PIB» del club más rico del mundo. Ya están ahí Cristiano Ronaldo, Kaká, Benzema, Xabi Alonso…Todos, salvo el extraño Kaká, en su adecuado punto de cocción, tras la pertinente adaptación a la que ayuda, digan lo que digan, Manuel Pellegrini, al que ese trabajo en la sombra tampoco se le reconoció. Mourinho sabe eso, como también que su Inter campeón de Europa -lanzado por la erupción de un volcán islandés que marca el viaje y el rendimiento del Barcelona en el Giuseppe Meazza – ha sido exprimido hasta el límite y se agota. Un cambio inteligente, como demostraría la trayectoria ulterior del Inter y sus jugadores clave.

Pero volvamos al Madrid. Como el capitán Ahab, Mourinho tiene la mejor tripulación para luchar contra un enemigo que, si en la novela de Melville es representado por un Moby Dick metáfora de la fuerza sobrenatural, en la realidad es el mejor Barcelona de la historia. El portugués considera que tiene todas las armas para su particular desquite. Por eso, cuando comparece en el Camp Nou tras firmar un arranque de Liga espectacular, lo hace dominado por la idea de que el Madrid puede jugar a pecho descubierto y de poder a poder, a efectos de lograr un triunfo incontestable y ejemplarizante. La consecuencia fue un 5-0 que, más allá de la estadística, condicionó casi todo lo que vino después. Sin ir más lejos, el famoso planteamiento de la ida de las semifinales de la Copa de Europa, cuando ordena al Madrid resguardarse en campo propio en el mismísimo Bernabéu contra un Barcelona con importantes bajas en defensa, entre ellas la de Puyol. Siempre consideré que ese plan ya debería haber supuesto cuando menos un aviso de destitución, pues más allá del resultado, fue un claro mensaje de inferioridad al equipo que se cobró durante demasiados partidos una batalla psicológica perdida ante el gran rival. Y lo más doloroso: servir al público de Chamartín una bochornosa y cobarde imagen futbolística sumada, para más inri, a toda la polémica casi gratuita del post partido.

Cuando Mourinho logra al fin revertir la situación, ésta se explica a partes más o menos iguales entre una regresión en el juego del Barcelona y, eso sí puede ser cosecha propia, unas variantes tácticas que incomodan al rival. No obstante, aquí también creo que son lícitas las teorías de quienes señalan al Betis de Pepe Mel como guía de cómo neutralizar al Barcelona, en aquella eliminatoria de Copa en la que los verdiblancos, pese a salir goleados del Nou Camp, quitan la pelota al equipo de Guardiola y en la vuelta lo revuelcan con un 3-0 en media hora avasalladora en el Villamarín.

La estadística última de Mourinho ante el Barcelona, imponente Moby Dick futbolístico, es el principal arma de sus defensores, en combinación con la mayor capacidad competitiva del Madrid en la Copa de Europa, demostrable con tres semifinales. Es en esto último donde ha tenido su mayor mérito, pero…Existe un dato absolutamente demoledor: de los seis cruces eliminatorios superados para alcanzar esas semifinales, sólo el de este año ante el Manchester United se puede catalogar como de primer nivel. Ni el crepuscular Olympique de Lyon y el Tottenham en el primer año; ni el CSKA de Moscú y el Apoel de Nicosia en el segundo; ni el Galatasaray esta temporada, estaban en el primer escalón europeo. Vista la nómina, la conclusión sólo puede llevar a calificar el balance de escrupuloso cumplimiento de guión. Eso sin entrar a valorar la falta de reacción en la dirección técnica de los partidos ante el Bayern de Munich y el Borussia Dortmund, este último, un equipo claramente superior al Madrid en conceptos e intensidad en tres de los cuatro duelos de este año.

Y muchos diréis: ya pero, ¿y Pellegrini qué hizo? Pues yo digo que la pregunta no es ésa. Es: ¿Y Pellegrini, qué pudo hacer? Nada. Para empezar, hay artículos periodísticos que confirman que el chileno sabía de su no continuidad en el Madrid ya en diciembre de 2009, es decir, apenas seis meses después de su llegada. El crédito era cero coma. Cero, después de que el 10 de noviembre el Madrid firmara ante el Alcorcón su partido más extraño: 80 minutos de no apretón, 80 minutos sin Juanitos, y 10 minutos de maquillaje con gol de Van der Vaart. Observaréis que del 4-0 no hablo, más que nada porque la responsabilidad de los jugadores es, si cabe, aún más acentuada.

¿Y qué más? ¡Ah, sí!, la eliminación de marzo ante el Lyon, tras una primera parte espectacular en la que Higuaín parece anticipar los fallos de este año ante el Dortmund, sólo que con una dosis extra de mala suerte, y un segundo tiempo errático que sí puede caber en el debe del entrenador. En cualquier caso, munición suficiente para abrir fuego a discreción sobre el hombre que en su primera visita al Camp Nou se hace acreedor a la victoria (1-0 con gol de Ibrahimovic en una contra de Alves en el minuto 86, gestada en la propia ambición de un Madrid con cara y ojos), para matar al hombre al que le traspasan de inicio a Robben y Snejder, que pide sin éxito un fichaje para la banda, que pierde dos meses por lesión a Cristiano Ronaldo y tres a Pepe, que lidia con la tempestuosa adaptación de Benzema y que, en definitiva, aún con eso, suma 96 puntos tras lograr traer viva la Liga hasta el Bernabéu. Al menos, otorgar al chileno el beneficio de la duda parecía más razonable que sacar portadas del tipo: «Estás despedido, Manolo». Pero a la hora de la verdad, a Valdano le habían dejado fuera de cobertura para no interferir en el plan cortoplacista que venía de camino, y con el que no podía estar de acuerdo. Meses después fue devorado.

Así que, Mourinho y Ahab. Es como si el trágico final del capitán del Pequod, arponeando a Moby Dick y, a la vez, recibiendo la herida mortal del cachalote, fuese una metáfora de Mourinho frenando al fin al Barcelona, a costa de firmar su propio final en el Madrid, por descuido de la tripulación y triunfo de sus obsesiones. Aquí resulta curioso ver otro paralelismo, personificado en el primer oficial del Pequod: Starbuck. En la novela éste era el personaje racional, el que no compartía los obsesivos planes de su jefe Ahab, con un saludable respeto por el poder de las ballenas como adversarios, un hombre religioso, prudente y tranquilo, que transmitía órdenes a la tripulación del Pequod sin tensión. Un oficial al que la diabólica actitud de Ahab incita a sopesar la conveniencia de un motín que no acaba llevando a cabo porque no casa con su personalidad. Me pregunto si esa figura existió en el Madrid de Mourinho. Y, en caso de respuesta afirmativa, me pregunto por cómo habría actuado. Ya no lo sabremos, en este Madrid donde cada vez habla menos gente, en este Madrid donde hasta el armador Florentino ha acabado fagocitado por la arrolladora personalidad del protagonista.

Lo que sí sabemos es que en la sala de grasa de la bodega apenas hay aceite de ballena que justifique el viaje y contente a la tripulación. Y todo por las obsesiones del capitán.

 

JAIME FRESNO. 7 de junio de 2013

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