Luka Modric, un tipo en quien se puede confiar

 

 


En cierta ocasión, allá por finales de la primera década de este siglo, un reconocido periodista, de los que siguen al Real Madrid a pie de césped, me dijo sin ambages que veía literalmente imposible quitarle el balón al Barcelona. “Mira, Jaime, la gente por televisión puede apreciar algo, pero no todo. La inferioridad es aún mayor si se ve desde abajo”, me admitió, por toda respuesta a mi pregunta sobre cómo veía el Clásico que se avecinaba en el Bernabéu. Eran los tiempos del Barcelona de Guardiola y de la indefinición del Real Madrid en el centro del campo, la clave de bóveda casi desde que el fútbol es fútbol. Tiempos de un contraste hasta obsceno, desde un punto de vista histórico, en los que el Madrid apelaba al vértigo con pegada, a una calidad repartida con irregularidad según el sector del campo y el amor propio que dicta su colosal historia, lo cual no era poco ante otros rivales, aunque sí ante un Barcelona de época. En suma, el Madrid presentaba un importante déficit creativo frente a un rival tan engrasado como indescifrable, por obra de una circulación de balón y un sentido posicional fuera de lo común. Eran tiempos en los que en el madridismo cundía un sentimiento de inferioridad, comparable a aquel que producía la famosa defensa en zona del Milan de finales de los 80, la que dejó sin corona europea a la Quinta del Buitre, justo cuando ya parecía haber superado aquella tarde traumática en Eindhoven.

El problema del Real Madrid, para muchos, quedó localizado en el área de creación del centro del campo, donde el equipo no sólo tenía dificultades para encontrar sustitutos de altura para los Fernando Redondo, Zidane, Cambiasso o Guti, sino que más bien parecía apostar por jugadores de un perfil más trabajador y con más sentido táctico, quizá para atajar las críticas relativas al desequilibrio: Pablo García, Gravesen, o Mahamadou Diarra –que no Lass- fueron algunos ejemplos. En ésas andaba el Madrid cuando el Barcelona ya despegaba sobre la base Johan Cruyff, perfeccionada en escalera ascendente por Rijkaard y Guardiola, hasta alcanzar el cénit con Andrés Iniesta y Xavi Hernández. Desde entonces, ha transcurrido casi una década en la que, paso a paso, el Real Madrid ha sido capaz de dar la vuelta a la situación, gracias al lento pero inexorable declinar de la mejor pareja de centrocampistas de la historia blaugrana, y a su buen hacer en la tarea de construir un centro del campo que, a fecha de hoy, ha propiciado un salto histórico de cuatro Copas de Europa en el palmarés.

La llegada de Xabi Alonso en 2009 fue una primera piedra, pues con el tolosarra el Real Madrid empezó a recobrar cierta personalidad en la zona ancha del campo, sobre todo en términos de equilibrio y pase. Y con los fichajes de Khedira y Özil, aun admitiendo la irregularidad marca de la casa del tándem que entonces era el eje de la selección alemana, se terminó de definir un Real Madrid capacitado para dominar en cualquier campo. Cito dos ejemplos de partidos ante el Barcelona que marcan en cierto modo esa evolución: el Madrid que cayó vapuleado el 2 de mayo de 2009 ante el Barcelona por 2-6 en el Bernabéu jugó en el medio con Lass, Fernando Gago, Marcelo y Robben; y el Madrid que sentenció la Liga de 2012, ganando 1-2 en el Nou Camp, lo hizo con un sostén formado por Khedira y Xabi Alonso, con Özil por delante y con Cristiano y Di María desplegados a las bandas. Traducido: con independencia de la calidad de las piezas y de la coyuntura particular de cada partido, los jugadores parecían distribuirse más racionalmente, atendiendo a sus perfiles. Ni qué decir tiene que aquello nada tuvo que ver con lo del año anterior en la Copa de Europa, cuando un Mourinho quizá
intimidado por el 5-0 de su estreno madridista en el Nou Camp, metió a Pepe en el centro del campo con los resultados que todos conocemos.

Pero volvamos a aquel 2012: definitivamente, el Madrid había sentado una base sólida en su línea medular que
terminó de pulir ese mismo verano con la llegada de nuestro protagonista, Luka Modric, y las sucesivas incorporaciones de Toni Kross y Casemiro, cuyo papel en el equipo guarda muchas similitudes con el de Sergio Busquets en el centro del campo del gran Barcelona. Dando por descontada la importancia del alemán y del brasileño en la consolidación de
la medular del Real Madrid, es de ley detenerse en el croata, y no sólo porque su aportación al equipo haya resultado capital en el ciclo triunfal que hoy disfruta el madridismo, sino porque ha logrado lo que parecía imposible en el fútbol actual: acercar los grandes trofeos individuales a la figura del centrocampista creativo, sin necesidad de aportar grandes cifras goleadoras, tan de moda por obra de los devastadores números de Messi y de Cristiano Ronaldo. Es decir: Modric es el primer futbolista que ha sacado la lupa mediática de las estadísticas para colocarla en la influencia en el juego pura y dura, gracias a que, al fin, los siempre influyentes resultados colectivos lo han aupado por encima de las dos súper estrellas. No es baladí lo que ha hecho: ha dirigido al campeón de Europa de clubes y al subcampeón del mundo de selecciones, trasladando al gran público la sensación de ser el hombre que siempre sabía qué hacer con el balón.

No sé si Modric ganará el Balón de Oro de la temporada, como hizo con el del Mundial. Tiendo a pensar que no, aunque desee equivocarme. Sí sé que, cuando de niños jugábamos al fútbol, aparte de un goleador y de un buen portero, siempre nos gustaba tener al lado un compañero que nos garantizara el no perder el balón y saber qué hacer con él en cada momento, como premisa para que nuestro equipo se sintiese seguro en el campo. Eso es Modric: el tipo en quien podemos confiar, aunque las cifras goleadoras eclipsen a la raíz del juego, y releguen al futbolista que ha puesto la guinda a un centro del campo de época en el Real Madrid. Más si se mira de dónde se venía. ¿Recuerdan la frase que me dijo mi amigo el reportero?

Septiembre de 2018

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