Hace ya demasiados años que leí la desgarradora historia de «El Jugador», de Fiódor Dostoyevsky, un tratado de cómo ir rápido por el camino que conduce a los infiernos. Impresionante novela. Decía Sigmund Freud que nadie mejor que el genio de San Petersburgo para entender el alma humana. Y no recuerdo haber leído en otro lado algo tan impactante sobre las enfermedades de ese alma y su destrucción, consecuencia lógica del gigantesco ‘hara kiri’ del protagonista en forma de gran carrusel de decisiones erróneas. El juego era la coartada. Justo, como en «El Pobre Jugador» de Los Suaves («Se enciende el Sol, terminó la partida, sale a la calle harto de jugar…»), incluido en el «Santa Compaña» de 1994, segundo año de Topete.
Sin duda, Dostoyevsky habría elegido ese tema como banda sonora de su novela. Todo se jodió por un siglo y pico y la distancia que separa San Petersburgo de Ourense, donde los hermanos Domínguez (Yosi, Charly y Javier) fundaron Los Suaves a finales de los 70. Una vez más, gente como Mariano, los Chirris, David y alguno más están detrás de su llegada al garito, con la peculiaridad de que, esta vez, compramos los discos en CDy no en vinilo.
Los Suaves entraron en repertorio con la ya legendaria canción del rock español «Dolores se llamaba Lola», la historia de la niña bonita esquiva en el colegio que deriva en puta por mor de las circunstancias, víctima del camino a los infiernos antes referido. Es la norma de la banda del gato: historias de fracasados con pésimo final, amoríos rotos, gremios que languidecen mendigando por los caminos hechizados de Galicia, bajo la niebla y la lluvia… Algún amigo solía decirme que escuchando a Los Suaves entran ganas de mandarlo todo al garete, pero cuando uno lo hace detenidamente concluye en que lo que realiza Yosi es pura poesía descriptiva, con esa voz grave que a menudo desfasaba en los conciertos, quizá para encontrar la complicidad de la gente en los estribillos. Lo que permanece inalterable en la música de los gallegos, sea estudio o directo, es la enorme calidad técnica de todos sus componentes, de lo mejor del rock nacional de siempre, según buenos amigos que saben.
A propósito de ello, no hace mucho charlaba sobre esa depurada técnica con Miguel Sevillano, al que ya os presenté por aquí, y me señaló un nombre de enorme relevancia para comprender el porqué de esa perfección técnica: Alberto Cereijo. Este guitarra se incorporó a Los Suaves en 1990, cuando la banda ya había saltado a escala nacional con «Esta vida me va a matar» (1982), incluyendo canciones como «Peligrosa María» o «Viene el tren», y «Frankenstein» (1984), subidos a la ola de su éxito como teloneros de Los Ramones en 1981, tras lo que adoptaron el gato como símbolo del grupo, a imagen y semejanza del águila que representa a la genial banda americana. Cereijo llega para sustituir al guitarrista Hermes Alogo y lo hace aportando un trazo más agresivo en la guitarra, que evoluciona el sonido de los Suaves coincidiendo con el cambio de década, y justo después del tercer disco, el exitoso «Ese día piensa en mí» (1988) y el directo «Suave es la noche» (1989).
De no estar en España, Cereijo sería una celebridad. Coruñés de nacimiento, es guitarrista, compositor, con Yosi, y productor de Los Suaves. Resumiremos su genial carrera sólo apuntando que estudió en Santiago de Compostela armonía, composición, improvisación, solfeo, polirrítmia, instrumentos; que sigue en el conservatorio oficial de música de Ourense, con guitarra, solfeo y canto, y que entonces ya funda grupos como Alquitrán y Reina del Alba, junto con amigos y compañeros de estudios. Me dice Miguel que la guinda llega cuando en 1990 se traslada a vivir a Hollywood para matricularse en el G.I.T. (Guitar Institute of Technology) y que es estando allí cuando le reclaman Los Suaves como miembro fijo dentro del grupo -antes ya había hecho pequeñas colaboraciones-. En solitario, edita ‘Work Out’ (disco descatalogado en la actualidad y auténtica pieza de coleccionista), y en 1992 regresa a Hollywood para acabar su graduación en el M.I. (Musicians Institute). Al volver, participa de lleno en los grandes álbumes: «Maldita sea mi suerte» (1991), disco de oro; «Malas Noticias» (1993), trabajando ya con una compañía multinacional; «Santa Compaña» (1994), que pasa a ser Platino; «San Francisco Express» (1997); » Víspera de todos los Santos»…Así hasta el «Adiós, adiós» de 2010. Mientras, se las ingenia para impartir seminarios y cursos en diferentes en diversas provincias, para dar clases privadas. En su experiencia está el haber trabajado con gente como Joe Satriani. Su aportación es decisiva y resulta el complemento perfecto al carisma de Yosi, un dominador de los escenarios cuya mente maquina, una tras otra, historias de enorme dramatismo. Juntos trazan una banda imprescindible para los amantes del rock, cuyo directo retumbaba en Topete a la hora de los llenazos cautivando con acordes inolvidables.
Son muchas canciones, pero ninguna tan emblemática como «Dolores». Os dejo con ella y con mi licencia particular, ya que hablábamos de Dostoyevsky y «El Jugador», y ya que todos desconocemos qué nos reserva el destino tras un horizonte opacado por la niebla…. de Galicia o de donde sea….