Como mi primer recuerdo me sitúa abriendo un regalo de mi cuarto cumpleaños tirado ante la librería del salón, no viví racionalmente la muerte de Fofó -Alfonso Aragón Bermúdez-, acaecida en 1976. Mis padres creyeron conveniente que el payaso de mis discos, el de la tele, se mantuviera vivo en mi infancia, mientras el país quedaba sumido en una conmoción que sólo el accidente en Alaska de Félix Rodríguez de la Fuente acertó a reproducir en marzo de 1980.
Fofito entró en escena, y el trío quedó compacto ante mis ojos, con su padre ejerciendo una especie de papel divino en el otro lado, una especie de ente invisible y mágico que parecía sobrevolar la extraordinaria función de cada tarde en TVE.
Era un acontecimiento diario salir del colegio y verlo, y creo que sólo basta con decir eso aquí, pues leeréis más y mejor en otros sitios sobre Emilio Aragón padre, a cuenta de su muerte, y de esa extraordinaria familia de artistas dickensianos que tuvieron que abrirse camino en México, Cuba (donde nacieron Fofito y Rody), Puerto Rico, Estados Unidos, Venezuela, y Argentina, tras triunfar en los 30 y los 40 en el Circo Price de Madrid. No volvieron a cruzar el Atlántico hasta 1972, y 40 años después para mí siguen envueltos en ese halo de leyenda que se instala como un tumor en cada mente infantil. Como Miliki, el payaso en quien más confiaba, el guía de la tarde, para mí aún más que el teórico director, Gaby, sin hacer de menos a este otro genio.
Son recuerdos que ahora se refrescan y me han llevado a caer inexorablemente en el lado dramático del circo, absorbido como estuve por algunas novelas de Carlos Dickens, por cierto, un autor que no entiendo cómo no bate récords de ventas en la macabra actualidad que nos está tocando vivir.. Una de sus obras, «Tiempos Difíciles», hace un cuadro de la Inglaterra del XIX, en plena Revolución Industrial, y, además de pintar la crudeza del abismo que separaba a los propietarios industriales de la clase obrera, describía la miseria de una tercera clase, los artistas del circo de la pequeña localidad de Coketown. Un cuadro terrible, plagado de escenas impactantes, de situaciones de verdadero llanto, con el arte estrangulado por la miseria.
Mucho de ello vi en el rostro de Fofito, cuando hace unos años pasó por la radio para promocionar su circo en Villalba. Era un hombre desesperado, demacrado por el alcohol, incapaz de articular un discurso que no fuera el de maldecir a su primo hermano Milikito, el todopoderoso Emilio Aragón, flamante jefe de la entonces incipiente La Sexta, a cuenta de la apropiación de los derechos de explotación de toda la producción artística de Los Payasos. Creo que de aquella algo falló en una función y tuvieron que devolver el importe de las pocas entradas que habían vendido. El cuadro fue tremendo y a mí se me cayó el chiringuito infantil. Hasta que, felizmente, a propósito de la muerte de su tío, he leído que aquel conflicto se ha superado, eso creo al menos.
Un motivo de satisfacción en la semana que ha puesto fin al Circo auténtico, el de Dickens y Miliki. Fin al arte en estado puro, producto de la necesidad que amaga con volver para salvarnos a todos.
JAIME FRESNO. Fallecimiento de Miliki. 19 de Noviembre de 2012