Lavaredo, el reino mágico de Merckx y Fuente en los Dolomitas

«Los Dolomitas son a las montañas lo que Venecia a las ciudades», decía el historiador y archivista Alexander Robertson, en uno de esos libros que me gustaría tener completo: «A través de los Dolomitas desde Venecia». La cita me parece obligada y casi imprescindible para dar una idea sin fotos de lo que supone una etapa del Giro de Italia por esos parajes boscosos, de roca caliza tallada por la Naturaleza para crear cuadros de cuento de hadas, con cortados imposibles, con formas que disparan la imaginación hasta crear un buen muestrario de leyendas. Los Dolomitas pintan este suntuoso escenario entre las provincias de Trento, Bolzano, Belluno, Udine y Podenone, marcando a las claras las diferencias con el resto de los Alpes, más o menos como lo hacen los Picos de Europa con la Cordillera Cantábrica. Personalidad propia para los parajes que acostumbran a sentenciar el Giro de Italia.

Este jueves la corsa rosa entra en la cordillera que le ha encumbrado, con la novedosa cronoescalada a Polsa, donde Vincenzo Nibali debe de sentenciar el Giro, o al menos meter un poco más de tiempo a Cadel Evans. Es la antesala del gran díptico dolomítico de este año, el viernes en Val Martello, previo paso por el Gavia y el Stevio, la cima Coppi, y el sábado en las tan poéticas como terribles Tres Cimas de Lavaredo.

A esta hora, mientras escribo esta pequeña síntesis de mi archivo, leo con gran decepción sobre la más que probable suspensión de las subidas al Gavia, Stelvio (viernes) y al Giau y a las Tres Cimas (sábado). Dice La Gazzetta dello Sport que el paso por el Giau (2.236 metros) es impracticable y que la borrasca que entró anoche (miércoles) hará caer la temperatura en las cimas de Gavia (2.618) y el Stelvio (2.758) hasta los 14 grados bajo cero. Dice el periódico fundador y organizador del Giro que se trabaja en alternativas para mantener, pese a todo, algo de dureza y preservar la integridad de los ciclistas, pero hagan lo que hagan nada será igual.

Hoy había calculado escribir sobre el Giau y las Tres Cimas de Lavaredo, ante la decepción detectada en algunos amigos porque este año no se hayan incluido el Mortirolo, ni la Marmolada; la Fauniera, o el Finestre; o Plan de Corones. Sin embargo, Giau y Lavaredo son un caso en sí mismos.

El primero apenas se ha subido cinco veces en la historia del Giro, y existe una razón: unos 100 metros más abajo, el Passo de Falzarego es el que ha servido históricamente a la carrera el tránsito del valle de Ampezzo (tomar nota los viajeros) y el de Livinallongo, nada menos que desde 1946. Y tiene leyenda, la del Rey de Fanes, reino mágico ubicado según las crónicas lugareñas en Cortina d’Ampezzo, que traicionó a su pueblo y quedó convertido en piedra. La leyenda del rey falso: fàlza-régo, o sea, Falzarego. Esa subida, más llevadera, ha evitado que el Giau no interviniese en el Giro hasta 1973, cuando ganó José Manuel Fuente, ‘El Tarangu’, sobre el que luego volveremos.

El Passo Giau ha sido fundamentalmente el que provocó el contraste entre el Laurent Fignon ganador, imperial pasándolo con la maglia rosa en 1989, y el Laurent Fignon del ocaso, apajarado bajo la nieve en 1992, con media hora de retraso en la cima, ayudado por su coequipier Dirk de Wolf incluso en el descenso, llegando a la meta de Corvara Alta Badía cuando los operarios quitaban las vallas de la meta. Este año, el Giau se iba a subir por su vertiente más dura, la de Selva di Cadore, 11,1 kilómetros al 9,8% de media, 29 curvas -«pierdes la cuenta», dijo Cunego; «una bofetada», Ivan Basso dixit-, con el añadido de estar encadenado a las Tres Cimas.

Lavaredo. No sé qué o quién fue. Y mirad que lo he buscado. Sólo sé lo convencional: que son tres torres de caliza: la Piccola, la cima Grande y la cima Ovest, que vienen a ser a los Dolomitas algo así como la cruz de Pelayo a Asturias. Las tres rozan o superan los 3.000 metros de altitud; las tres se han cobrado vidas de escaladores extremos; las tres cautivaron de tal forma al gran Reinhold Messner que el mayor montañero de la historia defendió que se prohibiese el acceso por coche entre Missurina, el pueblín previo a la subida, y el Rifugio Auronzo, donde llega la carrera. Una carretera colapsada los fines de semana, un trayecto impregnado de olor a embragues quemados, porque las rampas, en sus últimos cuatro kilómetros, son endiabladas: máxima del 19%, media cercana al 12. Como se viene desde Cortina d’Ampezzo, esa dureza no sólo se acumula a la del Passo Giau, sino que además se suma a la del Passo de las Tres Cruces, que ya salva 600 metros de desnivel, corona a 1.805 y, cuando los ciclistas aún no han recobrado el aliento, Misurina enseña el camino a Lavaredo, que sube hasta los 2.320 metros, dominado por sus gigantes de roca caliza.

Fue en esas rampas donde Eddy Merckx llevó a cabo su mayor proeza, dicho por él cuando le obligaron a escoger, y donde el belga le salvó la cara a Vincenzo Torriani. El año anterior, 1967, el patrón del Giro había tenido que pasar el trago de leer en la mismísima Gazzetta dello Sport el titular: «Las montañas de la deshonra». Fue al día siguiente de estrenar Lavaredo como final, un debut saldado con empujones de los tifossi a una amplia mayoría de corredores que no podían subir hasta el Rifugio Auronzo, una jornada declarada nula por el gran capo.

Merckx salió al rescate en 1968 con un ataque feroz, de leyenda. La etapa, número 12 de aquel Giro, es de 213 kilómetros y no ofrece especiales dificultades antes de Lavaredo. Pero el tiempo es de perros. La niebla lo envuelve todo, llueve y hace frío ‘calahuesos’. El líder es Michele Dancelli, un clasicómano que se había vestido de rosa tras una fuga bidón. Merckx es segundo a 1:29 minutos y el gran Julio Jiménez, jefe de filas ya por delante de un Anquetil en el ocaso, es tercero a 2:50. Tras una escaramuza de un joven debutante, Luis Ocaña, se forma una escapada de 12 corredores que llega a cobrarse nueve minutos de renta bajo la pancarta de 25 kilometros a meta. Cuando el grupo llega a Misurina, comienza a nevar copiosamente. Adorni, lugarteniente de Merckx en el Faema, sale como una exhalación y se lleva al jefe a rueda. Esta vez nadie empuja. Nadie se atreve a interferir en el espectáculo. Jiménez y Gimondi, ídolo italiano, no pueden seguir. El abulense paga el no llevar ropa de abrigo y se hunde, mientras Merckx y Adorni pegan bocados a la ventaja de la testa de la corsa. Cerca del último kilómetro cogen a los últimos supervivientes de la fuga. Merckx, enfundado en el maillot arco iris, ataca tirando de riñones y hombros y acaba ganando la etapa, culmen de una remontada que le valió el rosa. Ya no lo soltaría hasta Nápoles, final del Giro.

Seis años después, camino de su quinto Giro, al campeón belga se le apareció el gran escalador de Limanes, Asturias, José Manuel Fuente Lavandera, ídolo de los italianos por ser el único que no tenía miedo al Caníbal. Merckx tenía la carrera en su mano, pero Fuente, ganador ya de cuatro etapas, líder de la montaña, descolgado en la general por una inoportuna pájara en la etapa de San Remo, no se dio por vencido: atacó en el segundo puerto de la jornada, el Passo della Mauria y se fue a por la gesta entre la niebla. Coronó el puerto en solitario y enfiló las primeras rampas de las Tres Cimas de Lavaredo, ya con una importante ventaja sobre un Merckx menos explosivo, a cuyo liderato puso en jaque un ataque del joven y prometedor Gibo Baronchelli. Ni él pudo con Fuente, elegante en la escalada, pletórico camino de su quinta victoria parcial, alentado por miles de tiffosi locos de atar con el asturiano.  Fue su última gran victoria, en un año en el que había ganado en abril su segunda Vuelta a España. Lo hizo poniendo en apuros a mejor de todos los tiempos, un Merckx sufriente en Lavaredo para contener a Baronchelli, un Merckx siempre temeroso ante los ataques del menudo asturiano.

Quizá, conocedor de aquella hazaña, Samuel Sánchez ha señalado la etapa de las Tres Cimas de Lavaredo como posible escenario de su ataque. En homenaje al Tarangu y en el reino mágico que sirvió de escenario a aquellos dos días de gloria, el de Merckx y Fuente, bajo la sombra de las torres de Lavaredo.

Es este sábado. Al menos, que nos dejen ver el paisaje. Recordad: la Piccola, la Grande y la Ovest. Las Tres Cimas de Lavaredo sombreando la tortura que hay que tributar para llegar a sus faldas.

JAIME FRESNO. 22 de mayo de 2013.

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