La Envolvente


El McGuffin fue un recurso narrativo de Alfred Hitchcock, que consistía en introducir en la trama un elemento aparentemente capital que justificaba la acción de los personajes, pero que luego no tenía la menor relevancia en el desenlace de las películas. Quizá el ejemplo más famoso es el del fajo de 200.000 dólares robado por Marion al inicio Psicosis, de cuya existencia, Norman Bates, el asesino, no tendrá constancia en ningún momento del largometraje. El dinero, en fin, no será en ningún caso el móvil que le lleve a matar a la protagonista en la ducha.
Pues bien. En nuestra historia, el McGuffin es una señora mayor, presumiblemente abuela con nutrida nómina de nietos, por lo que veremos después. Y en la escena estoy yo, con vino y tapa, leyendo el periódico en cierta taberna de moda, a la hora punta, a un par de metros de la barra donde en infinidad de días eché la pila de horas de pie, no pocas veces empinando el codo para beber el botellín medio revirado, atropellado por la marabunta, que allí llega ávida de piezas de puro sabor animal para acompañar los tragos. Estoy sentado y bien; una excepción, cómoda, apacible y creo que merecida, tras tantos fines de semana de trasegar y hasta pelear por medio metro cuadrado. Así de bien estoy cuando, transcurridos unos 5 minutos, llega una mujer de media edad con su madre con muletas y solicita permiso para sentarla en una de las tres sillas libres. Por supuesto, acepto sin problema, la señora se ubica convenientemente y la hija también, manteniendo una distancia prudencial con el periódico y el vino, consecuente con el espacio vital. Todo empieza normal, salvo la ausencia de la pregunta de si uno espera a alguien.
Transcurrido otro ratín, llegan otra hija más cuñado, alto éste, voz grave, dominio del escenario. Miran al ‘intruso’, que soy yo, y a su periódico, como diciendo: ¿Y éste qué hace aquí? La hija número 2 coge la tercera silla y completa la mesa, ahora sí invadiendo el espacio vital, con lo que doblo el periódico y agrupo consumiciones, entre miradas de vete ya, o al menos eso parece.
Cuando el yerno-cuñado regresa con las cuatro consumiciones familiares (4,80 en caja, nada que imponga reserva y mesa y menos pasando por allí de Pascuas a Ramos), se pone junto a mí a culo pegado para servir el festín, con lo que me obliga a desplazarme hacia el otro lado, donde la hija número 2 lanza una mirada que se traduce en: «¿todavía éste aquí? «. Tras eso, el yerno remata: «No te muevas, si no nos molestas». Formidable.
Moraleja: «Cuando al gato le das leche, a la siguiente te pide magdalenas»

1 comentario

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  1. Y con leche de certificado de «bienestar animal»

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