La bodega del señor Ruberte y el llanto de Rubén Vega

Nada más llegar a Ponferrada, Toño Jiménez nos presenta a Emiliano Ruberte. Tendrá poco más de sesenta años bien llevados, a tenor de su aspecto, que enseña una tez morena, más tersa que arrugada, pelo blanco bien peinado, salvando con elegancia las entradas laterales, y una vestimenta a camisa bien planchada que no sugiere descuidos. Habla natural, fluido y sin atosigar con episodios accesorios. Su mirada amable escruta a los visitantes, o sea, nosotros: Ismael Labrador, periodista del Diario de Alcalá, y yo, en paro e invirtiendo en vivencias. Ambos acabamos de dejar los bártulos en el Hostal la Encina, en la plaza de la monumental Basílica, adonde desemboca la calle del Reloj, la de la torre, cerca del Museo de la Radio. Es sábado 11 de junio de 2005 y la ciudad de Ponferrada está engalanada en blanco y azul. Cada balcón, cada comercio, cada bar, tiene una bandera o una bufanda de la Deportiva, la mayoría acompañadas por el aspa roja de El Bierzo. Al día siguiente, domingo, la Ponferradina dirime con el Alcalá su pase a la final por el ascenso a Segunda División, histórico para los dos, pues son clubes fundados en la década de los años veinte que nunca habían estado tan cerca de ser de plata. Una encrucijada de setenta años, nada menos.

 

Ruberte, en perfecto anfitrión, decide que hay que seguirle hasta su reducto, en la calle Paraisín, una de las clásicas del casco antiguo, a mano izquierda según se mira a la Virgen de la Encina. Lleva una llave antigua de cabeza ojival, con la que abre una puerta de doble hoja con postigo, de ésas entallada, y nos hace entrar en su bodega, siguiendo un ritual muy al uso en El Bierzo, cuyas gentes abren así los brazos al forastero. Y allí, al fresco de los gruesos muros, mientras sostiene la charla hablando de cómo los avatares de la vida lo trajeron a jugar a la Ponferradina desde Aragón, en las dos temporadas finales de la década de los cincuenta, maneja con mano segura el cuchillo y rodajea buen embutido, para después servir vino de mencía, la primera uva, dicen, que se cultivó en la Península Ibérica, traída por los romanos. Ruberte reparte copas, enseña, conversa y escucha sobre el partido. De todos, soy el único que allí no pinta nada, el que no va a trabajar, sino a ver. Pero esa manera de actuar suya me quita el cartel de advenedizo, también la calentura del caldo. Yo no había estado en Ponferrada, pero Javier Barchín, jefe de informativos de la Cadena SER de Alcalá, me había llamado para comentar el gran partido con él, como siete días antes, cuando el 1-1 del partido de ida en El Val de Alcalá, lo había hecho Toño Jiménez, la voz de la Ponferradina en Onda Bierzo, la emisora genuina de Luis del Olmo.

 

Uno sabe que ama la radio cuando propicia todo tipo de situaciones para estar en ella, aunque sea a trescientos kilómetros de casa. A Toño lo conocía por teléfono, de intercambiar información y negociar unas fotos para el Diario del partido que jugó el Alcalá en El Toralín, me parece que un año antes, el del 0-2 complutense con David Gordo en el banquillo. Entonces quise ir, pero el protocolo de reparto de tareas de ese fin de semana me dejó en la redacción de la Plaza de Navarra. Ahora, ya no trabajaba en Alcalá y la radio, como profesión, había huido de mi vida, no sabía si para siempre. Y no había parado en Ponferrada unas veces por incompatibilidad con mi ocio y otras, porque simplemente la ruleta de la vida, el azar o como queráis llamarlo, me escondía El Bierzo entre montañas más altas que El Manzanal y los Aquilianos. Ponferrada era, en mi imaginario, la ciudad a pie de sierra nombrada en etapas de la Vuelta, la urbe encajonada entre montes, a mano izquierda según se va a La Coruña. También era el sitio aludido de forma recurrente por Luis del Olmo en “Protagonistas”, con sus vinos y productos de El Bierzo, y el lugar donde jugaba aquel equipo nombrado a gentilicio afeminado, musicalmente memorable: la Ponferradina.

 

Al empezar aquel mes de junio era ajeno al fútbol de Segunda B, por vez primera en años. Ni podía sospechar que el Alcalá, del que tiempo atrás había escrito a diario durante tres temporadas consecutivas, iba a entrar por vez primera en una fase de ascenso a Segunda División. Y ni mucho menos esperaba que un sorteo lo emparejara con la Ponferradina, allá en las alturas del fútbol modesto. El Alcalá se había metido cuarto en su grupo, intercalado entre el Rayo Vallecano, tercero, y el Leganés, quinto. Había roto esquemas con el serbio Josip Visnjic, un entrenador capaz de sacar petróleo de treinta y ocho goles en otros tantos partidos, sólo veintiocho en contra. Básicamente el equipo eran los dos centrales, con pasado en el Hércules, Gonzalo y Pellicer; un hombre de la casa con liderazgo, Joselu; dos creadores, el ex canterano del Atlético de Madrid, Iván Mateo, y un centrocampista con mili en la liga portuguesa, Rodri. Eso más cuatro delanteros en cifras anotadoras normales: Álvaro del Moral, Roberto Izquierdo, Hugo Grandío y Esaú, ‘El Elegido’.

 

A Esaú le recordaba en San Lorenzo de El Escorial jugando en el Cercedilla contra el Alcorcón, aquel de José Díaz Pablo en Preferente, un domingo en que la nieve había dejado impracticable la Dehesilla y Rodeo parrá y había obligado a trasladar el partido a La Herrería. Fue memorable. Esaú tenía el tobillo inflamado, lo sabíamos dos gatos, aparte del equipo, y por eso fue suplente. Con el partido avanzado y el 0-0 en el marcador, Teo Lázaro, entonces entrenador del Cercedilla y hoy representante de Munir El Haddadi, le dijo ante mí: “Dices que tienes para una o dos carreras, ¿no?. Pues sal y mete gol”. Y Esaú, medio cojo, corrió la banda derecha y embocó. Y por cosas como ésa supo Madrid que había delantero, pero antes que nadie actuó el Alcalá, que le convirtió en ídolo de El Val, sin ser titular, siempre entrando de revulsivo en los segundos tiempos.

 

Todo ese elenco rojillo, con el expediente del año más que cumplido, buscaba situar la barrera histórica más allá la lograda por aquel Alcalá de Chato González de los primeros ochenta, ante una Ponferradina superior en el papel, campeona de grupo por vez primera en su historia con un punto más que un Real Unión de Irún, que había sido el único en profanar El Toralín, con un llamativo 0-4. Un campeonato de factura impecable, logrado en las procelosas aguas de la Segunda B norteña, y que llamó a las gentes de El Bierzo a tomar El Val. El partido de ida quedó saldado con un 1-1 que ponía franca la eliminatoria a la Ponferradina. Fue un empate con cierta polémica, por el gol del Alcalá, pero justo atendiendo a la deriva del juego, igualado hasta que el tanto de Gorka Soria para el 0-1 dio la tranquilidad para manejar a los bercianos, el escenario que más le va a cualquier visitante, más si cabe a un administrador como Miguel Ángel Álvarez Tomé.

 

Leonés y de profesión funcionario de la Diputación, Tomé entrenaba a aquella Ponferradina a la que había llegado tras dos etapas en el eterno rival, la Cultural y Deportiva Leonesa. Con el equipo capitalino había fallado dos promociones de ascenso a Segunda, una con el Zamora y ¡cinco! a Segunda B, entre el Astorga y el Bembibre. Pero se le tenía por un gran armador de equipos y además parecía su año: campeón con un gran plantel, y toda una comarca volcada. Con él llegaron al Bierzo los mejores de la Cultural: el portero, Manolo Rubio, y los estiletes en banda, Fran Domínguez y Rubén Vega, sin saber entonces que se estaba mascando un cambio de papeles histórico en el fútbol de León. Los tres tendrían un peso enorme en cada paso dado por la Ponferradina hacia la supremacía provincial, pero nadie como Rubén Vega para poner cara a los acontecimientos que estaban por suceder en El Toralín en esa tarde de fútbol ante el Alcalá. Rubén, natural de Castrillo de las Piedras, un caserío maragato de apenas un centenar de habitantes, en la comarca de Vega del Tuerto, sería el otro ‘Elegido’. Espigado, técnico y escurridizo, pasaba por ser el hombre a seguir.

 

De cosas así seguimos charlando en la bodega de Ruberte, hasta que el antiguo jugador de la Ponferradina, que luego supe que era –y hoy es, todavía-, presidente de la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo, se retiró. Fue después de comer cuando Toño nos preguntó a Ismael y a mí que si habíamos traído bañador, y le dijimos que no, pero nada impidió que subiéramos a Peñalba de Santiago, seiscientos metros de altitud más arriba que Ponferrada, unos treinta kilómetros de trepada en coche hacia los Aquilianos, a bañarnos con lo puesto en la cascada de agua helada del viejo molino. Tras ella supe del poder de resurrección del agua fría, y también que hubiésemos podido ver unos catorce partidos seguidos Ponferradina – Alcalá, así, sin siesta y en pelotas.

 

Aquella tarde de río y castaños, bajo la sombra del Valle del Silencio, fue la apacible víspera de la batalla deportiva. A la mañana siguiente, Ismael se reunió con su fotógrafo, Fernando Villar, y llegó el equipo de SER Henares, con Javier Barchín y el entrenador Paco Gutiérrez, un clásico en el Corredor tras pasar por equipos como el Torrejón y el Deportivo Guadalajara. Y con ellos, al fin, pude conocer El Toralín.

 

La bombonera blanca y azul, con sus cuatro lados cubiertos, fue acabada en el año 2000, bajo el mandato de Ismael Álvarez, transformador de la ciudad y luego devorado políticamente por el ‘Caso Nevenka’. El estadio destaca en el complejo deportivo de la Avenida de Asturias, a mano derecha según se toma hacia Columbrianos y, más allá, a Cabañas Raras y Vega de Espinareda. Recuerdo el fluir de familias enteras vestidas de blanquiazul, peregrinando al estadio dos horas antes de la hora fijada de las ocho de la tarde. Ciudad y equipo en un mismo cuerpo, ambiente de gala pese a que a esa hora ya se prevé difícil cubrir las ocho mil localidades.

 

Ya dentro, sigo a Barchín y a Paco hacia la cabina más orientada al fondo norte, mientras observo el césped impecable de pelo corto y el blanco y azul de las butacas, a esa hora soleadas por la luminosa tarde berciana. Minuto a minuto, El Toralín cobra más y más vida, por obra del goteo incesante de gente. El diez por ciento de la población de Ponferrada se va a meter en ‘La Caja’: “Hoy es un día en que El Bierzo se hizo fútbol, y el fútbol se hizo Bierzo”, definiría tiempo después Toño Jiménez, a propósito de otra tarde clave. Y así, entraron más de seis mil quinientos aficionados, unos trescientos del Alcalá. Y todos escucharon poco antes de las ocho recitar las alineaciones por megafonía: “Por la Real Sociedad Deportiva Alcalá…” Y nombró de seguido a Leal; Roberto Izquierdo, Álex Ruiz, Diego, Joselu, Rodri, Pellicer, Roberto Álvarez, Miguel Ramos, Iván Mateo y Álvaro del Moral. Y luego multiplicó por cien el tono para proclamar que la Ponferradina iba a jugar con: Rubio; Jechu, Fuentes, Povedano, Soto, Vicente Úriz, Gorka Soria, Miguel, Fran Domínguez, Rubén Vega y Guille. Y ya al final, certifica que pita Teixeira Vitienes, José Antonio, mientras un mosaico albiazul pinta las gradas y atrona el himno en los altavoces, con el sonido gaitero de La Banda del Camión, la versión rock:

 

“Tu pasado, Deportiva triunfante
de combates y trofeos sin fin,
ya te invita a seguir siempre adelante:
¡Siempre adelante, gloria ATLÉTICA del Sil!

(…)

 

Y tras él, ya a pulmón, el himno de la ciudad, “A Ponferrada me voy”, en un clima de apoteosis tal que parece imposible que algo no salga bien.

Todos saben que el Alcalá tiene que marcar para contrarrestar el gol encajado en El Val, pero también todos conocen que la Ponferradina apenas ha concedido veintiocho goles en todo el año, y que su potencia de fuego arriba es superior. No queda lejos en el tiempo la gesta de Guille, su delantero sevillano, que salió del estadio en loor de multitudes tras marcar tres goles de carril a la Cultural, que ganaba el derbi 0-2 y se fue escaldada camino del Manzanal. Sin embargo, el partido demuestra que una cosa es lanzarse a una ofensiva suicida por obligación del marcador y otra distinta salir a administrar una ventaja. Y tampoco el Alcalá parece tener prisa. Ambos equipos parecen plantear el combate en la larga distancia, y tan conservador es Tomé, que juega a favor de obra, como Visnjic, refugiado en sus tres centrales y dos carrileros largos. Durante muchos minutos nada sucede, más allá del ambiente festivo en las tribunas, y al descanso, apenas hay noticias en las áreas. El partido desemboca en el segundo tiempo pendiente de un cambio de marcha que rompa la partida de ajedrez, y la Ponferradina parece conseguirlo soltando dos peligrosos contragolpes. En el más claro, Fran pifia un remate cruzado, solo ante Leal.

Paco Gutiérrez comenta en la transmisión: “Tienen un gran equipo, no hay duda”, mientras pide revulsivos. Entonces, Visnjic llama al ‘Elegido’, Esaú, y quita a Del Moral. Queda media hora, y al poco responde Tomé reforzando el medio campo con Tarradellas. El fluir de los minutos empieza a obligar de tal manera al Alcalá que el serbio se la juega con tres delanteros, dando carrete a Miguel Pérez y Hugo Grandío. Con el reloj apuntando al noventa, veo en la cabina de nuestra derecha a dos entusiastas comentaristas de una radio local braceando y gritando contra el árbitro en plena narración, mientras la grada canta intuyendo el final feliz. Y así, con El Toralín en combustión, llega el momento de los elegidos, las piezas capitales del guión hitchcockiano que está por culminar. Y Esaú, todo fe, corre como poseído a por un balón largo al área de la Ponferradina, aparentemente en desventaja con un defensa, pero el ‘Elegido’ llega a tiempo de hacer el contrabalón sobre el intento de despeje del zaguero, y convierte la acción en un remate mortal que se cuela por la cepa del palo derecho de Rubio. Se hace un silencio de muerte en El Toralín, roto por la celebración en el fondo sur, donde jugadores de campo, suplentes y técnicos del Alcalá festejan el gol, corriendo sin rumbo, poseídos por la locura. Y se ve cómo un bombo de los aficionados rueda por el césped, sin dueño.

 

En pleno shock, no recuerdo ni qué dijimos en la radio, pero sí el último golpe de efecto del guión de Hitchcock, si acaso más devastador aún. Tras el saque de centro, llegó ipso facto otro balón largo, por el aire, esta vez al área del Alcalá, y el otro ‘Elegido’, Rubén Vega, cayó al suelo entre los bramidos de la grada. Y Teixeira pitó penalti, y El Toralín entró en una segunda y súbita combustión. Y entonces, ‘El Flaco’, el maragato de Castrillo de las Piedras, que luego sería Harry Poter, tomó el balón, ya sobre el tiempo establecido de alargue. Y se hizo la calma chicha para seguir sus pasos, camino de la prórroga. Rubén Vega no vaciló: chutó bien, raso y abrochando el disparo con el interior de su bota derecha. Leal se venció al lado opuesto, pero…el balón, caprichoso, fue escupido por el palo hacia el único sitio donde los tres potenciales rematadores de la Ponferradina jamás podrían remachar el gol. Y entonces Teixeira pitó el final. Éxtasis y zozobra. Contraste. El de los rojillos celebrando su techo histórico y el llanto de centenares de bercianos, por no decir miles.

 

Tras resumir el partido en cabina, y festejar el pase a nuestra manera, salgo a tomar el aire, aprovechando ese cuarto de hora aproximado que separa el final de los partidos de las intervenciones en sala de prensa. Veo niños llorando desconsolados, y opto por no pasar de momento por la cabina de Onda Bierzo, tal ha sido el impacto. Es entonces cuando miro una butaca y veo un largo mechón de pelo negro rizado y, sin tiempo ni para intuir su procedencia, viene su dueño a contarme. Es Ángel García, directivo del Alcalá, que ha tenido una trifulca con un aficionado en el fragor de la batalla y habla de la pérdida de melena como si fuera un peaje a pagar. Lo hace entre abrazos y no ahorra en detalles, mientras por su lado pasan alcalaínos todavía ‘manicomizados’. En esa primera escena, densa y emocionante, se me va el cuarto de hora de transición, así que decido bajar las escaleras que conducen del palco a la sala de prensa.

 

Segunda escena: Tomé. Acaba de perder su novena promoción de ascenso. Tampoco podrá aupar a la Ponferradina, como antes al Zamora y a la Cultural Leonesa. Viste chándal azul y está apoyado en la pared del pasillo, esperando su turno de intervención con un cigarrillo que devora cual padre primerizo en la puerta del paritorio. Es un hombre corpulento y fuerte, con el pelo corto y tupido y rasgos puramente leoneses. Está llorando con la mirada perdida en un punto no identificado, y tose con amago de ahogo cuando hace la calada sin dar tiempo de salida al humo de la anterior. Es el vivo retrato de un hombre que se sabe en pelea eterna con el destino, el mismo que luego volverá a apalearle en Vallecas, con el Zamora, y así hasta subir el récord a doce promociones fallidas. Está hundido y se ve que quiere salir de allí.

 

No puedo seguir fijándome y me muevo hacia el pasillo que da al exterior. Y entonces, surge la tercera escena: sale Rubén Vega con su bolsa a cuestas, los ojos vidriosos sobre la barba a medio afeitar, los pómulos mojados. Afuera, en el aparcamiento, le aguardan más de cuatrocientos aficionados de la Ponferradina, en una marea impresionante que anima al que pudo ser héroe y no lo fue por un centímetro, al maragato en trance de ser berciano universal. Camino a un paso de él y veo que se para al sentir los gritos de ánimo que acompañan el ondear de banderas, en un cuadro que jamás había visto en ese registro de emoción y también crudeza. Cae sobre Rubén Vega la bendición de las masas, pese a todo, y quizá en ese momento es cuando sabe que El Bierzo lo quiere para sí. Y yo decido que quiero ver cómo, pues así funciona mi cabeza.

 

El llanto de Rubén Vega mitiga la emoción de las despedidas del aparcamiento, y hace que me alegre de regresar solo a Madrid, aunque la noche sea peligrosa con cansancio en la oscura subida al Manzanal, y en las rectas de Castilla. Necesito digerir lo visto y suelo conseguirlo conduciendo solo. Ismael vuelve a Alcalá con Fernando Villar, y Barchín lo hace con Paco Gutiérrez, el míster que tan magistralmente ha comentado el partido, acabando con un “este equipo tiene duende”. Pocos años después recibiré la llamada de Barchín diciendo que Paco ha muerto víctima de un infarto, en las escaleras de casa, estremeciendo mi recuerdo de la inolvidable noche en que El Toralín fue un infarto en sí mismo.

 

La separación final me pone de camino al coche, cuando apenas quedan unas decenas de personas formando corrillos, debatiendo sobre lo que pudo ser y no fue. Se ve el discurrir del tráfico hacia todos los lados: a La Rosaleda, hacia Cortiguera, a Compostilla, también rumbo a lo alto de la ciudad cuya fiesta quedó rota en el reparto de papeles que el destino hizo con los ‘Elegidos’.

 

Debió de ser entonces cuando caigo en la cuenta de que no he visto al señor Ruberte, y que quizá no pueda agradecerle que la puerta de doble hoja con postigo de su bodega me abriera de par en par y para siempre las puertas de la comarca mágica de El Bierzo, para ver que aquel llanto Rubén Vega, lejos de ser el final, fue la génesis de un bonito cuento de fútbol y de vida, allá donde el Monte Pajariel pone límite a las casas y el fragor del Sil llama a la niebla, mientras pone música al Ponte de Fierro.

 

 

 

JAIME FRESNO Otoño de 2014

 

PD: Con mi admiración a los compañeros y amigos Toño Jiménez, Ismael Labrador y Javier Barchín, y en recuerdo a mi primera tarde de fútbol en el estadio de la SD Ponferradina.

7 comentarios

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  1. Emiliano Ruberte Pomar

    He sentido una gran sensación emocional cuando he leído el blog, de ATOCHA A CHAMARTIN, al ver que hay personas que hacen que me sienta orgulloso de ofrecer hospitalidad en la «BODEGA DEL SR.RUBERTE». Lo que de verdad me ha causado cierta extrañeza es que tu visita fué el año 2005 y lo publiques el pasado 29 de septiembre,(desde entonces han estado en ella muchos amigos y se han cantado muchas canciones). Espero volver a verte cuando visites de nuevo EL BIERZO, así podré conocerte porque ha pasado tanto tiempo que difícilmente recuerdo tu fisonomía.

    1. Jaime Fresno Ballesteros

      Don Emiliano!! Una alegría leerle. Me alegro de que le haya gustado, esto en realidad está para eso. He tardado más de la cuenta porque llevo con este con este blog apenas dos años, y tenía en la mente la historia pero siempre se me colaba otra. Hasta que me inspiraron Pablo Infante y el Mundial de Ciclismo. Me alegro de que la bodega y el dueño sigan en plena forma, y tenga por seguro de que la próxima visita al Bierzo haré por verle. Y será pronto porque no voy desde hace más de un año. Un fuerte abrazo

  2. Emiliano Ruberte Pomar

    Hola Jaime: es la primera vez que entro en un blog y contesto a tu respuesta. Me ha encantado tu rápida contestación. Espero verte pronto por aquí, tu bodega en Ponferrada. Un fuerte abrazo. Emiliano.

  3. manuel gómez fernández

    Acabo de encontrar con Emiliano Ruberte en un bar muy próximo a la bodega , donde hemos coincidido para ver el Madrid- Liverpool.

    Me ha hablado de ti y del artículo que has publicado en tu blog el pasado 27 de Septiembre. Lo cierto es que he disfrutado leyendolo y te felicito por la capacidad de observación que tienes para trasladar un montón de sensaciones que has vivido en nuestra comarca en tan solo un fin de semana.

    Soy muy amigo de Emliano y logicamente han sido muchos los momentos que hemos vivido en compañia de otros amigos/as en esa bodega donde espero conocerte , si Dios quiere, proximamente. Un abrazo

    1. Jaime Fresno Ballesteros

      Muchas gracias por escribir, Manuel! No sabés cómo me alegro de que os haya gustado esta entrada. Ando maquinando una escapada a Ponferrada antes de que acabe el año, muy probablemente en el puente de diciembre. Ya le dije a Emiliano que no tardaría mucho y espero que sea posible, porque la parte mala de esto del fútbol es que es una máquina de devorar fines de semana. Si lo consigo, días antes os aviso, quedo con Toño el de la radio, y nos vemos onde queráis, a poder ser en la parte alta de a ciudad, claro. Un abrazo y gracias una vez más por leer

  4. manuel gómez fernández

    Acabo de encontrar con Emiliano Ruberte en un bar muy próximo a la bodega , donde hemos coincidido para ver el Madrid- Liverpool.

    Me ha hablado de ti y del artículo que has publicado en tu blog el pasado 27 de Septiembre. Lo cierto es que he disfrutado leyendolo y te felicito por la capacidad de observación que tienes para trasladar un montón de sensaciones que has vivido en nuestra comarca en tan solo un fin de semana.

    Soy muy amigo de Emliano y logicamente han sido muchos los momentos que hemos vivido en compañia de otros amigos/as en esa bodega donde espero conocerte , si Dios quiere, proximamente. Un abrazo

  5. Casi nunca me encuentro con un blog o una noticia que sera
    entretenido a la par de educativo y quiero decirles que estoy impresionado con lo que me he encontrado en esta pagina, seguir escribiendo así :)

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