JUANITO

Tengo grabados, con mayor o menor intensidad, cuatro accidentes mortales relacionados con deportes no individuales por el especial impacto que tuvieron y tienen en la opinión pública.

El de Emilio Guruceta Muro, aquel curioso colegiado donostiarra de los 70 famoso por pitar en un Barça – Madrid un penalti de Rifé a Manolo Velázquez un metro fuera del área en el Camp Nou -me suena que no volvió a pitar allí, lo recusaron-, fue llamativo porque en 1978 sobrevivió milagrosamente a una colisión frontal a la altura de Mansilla de las Mulas, antes de matarse en el 87 en la A-2 cerca de Fraga (Huesca), al colisionar su BMW contra un camión estacionado en el arcén.

Del de Laurie Cuningham, primer jugador británico fichado por el Real Madrid y único futbolista merengue hasta la fecha en salir ovacionado del Camp Nou -algo raro, teniendo en cuenta los valores que son seña de identidad del club-, me impactaron la truculencia -salió despedido de su Ibiza y le hallaron con pérdida de masa encefálica 20 metros más allá-, y el lugar del siniestro, en la A-6, a la altura de Puerta de Hierro, dirección Madrid, donde he pasado tantas veces.
Por supuesto, tengo grabado que Fernando Martín conducía un Lancia Thema y que se saltó la mediana de la M-30 a gran velocidad para terminar impactando con otro coche que venía en sentido contrario. Recuerdo que iba a un Real Madrid – CAI Zaragoza, que no iba a jugar porque estaba a vueltas con esa espalda que le impidió triunfar en la NBA. Pero no quise leer entonces mucho más, y aún hoy no lo hago.

Y por supuesto, recuerdo lo de Juanito. Aquella noche venía el Torino de Martín Vázquez, ese fantástico volante que guió el récord de los 107 goles del Madrid antes de pedir más pasta a Mendoza y marcharse al mítico club italiano, digo mítico, porque a él pertenecen tanto el récord absoluto de goles en un campeonato liguero (creo que 125, sino miradlo por ahí), como el haber juntado, a finales de los 40, el que muchos piensan fue el mejor equipo de la Historia, con Valentino Mazzola, Menti, Ezio Loik…Todos, hasta 18, muertos en la llamada tragedia aérea de Superga, en la que además se dejaron la vida tres periodistas, incluido el fundador de Tuttosport. Vi el Madrid-Torino por la tele, 2-1 final, y dijeron que allí estaba Juanito, desplazado ex profeso desde Mérida, con algunos jugadores y miembros del cuerpo técnico de su plantilla. Lo demás, fue el impacto del día después, cuando entra García por la mañana para contar lo sucedido. Se me graba lo de los troncos del camión, que Juanito había dejado el volante en manos de su preparador físico en un gasolinera anterior, que iba de copiloto, dormido. Y que eso fue a la altura de Calzada de la Oropesa, un pueblo toledano que se distinguía, años a, por dedicarse a la cría de los gusanos de seda, según leí hoy. Algo tan curioso como la vida de Juanito.

No lo tuve de pequeño entre mis preferidos, porque era de Arconada y Roberto López Ufarte, este último, su equivalente en la banda izquierda. Dos extremos tan iguales, por menudos, bajitos, de regate eléctrico y con gol, como distintos por carácter: si López Ufarte era el yerno ideal que querían todas las suegras, el pelo moreno a media melena ensortijado, ojos llamativos a lo Fernando Llorente, Juanito era el genio total, de vista afilada y nariz tirando a aguileña, pelo lacio negro andaluz, irascible e incontenible en el calentón, capaz de escupir a un ex compañero -Stielike-, de pisar a Matthaus en pleno Olímpico de Munich, y luego pedir perdón con una nobleza que le distinguía cada vez que recapacitaba. Era un imán para los líos. Entonces sólo echaban por la tele un partido de Liga a la semana, y alguno de Copa de Europa sueltecillo, por lo que básicamente recuerdo a Juanito de las retransmisiones de Héctor del Mar en la SER y sus partidos en el Madrid del 85 en adelante, cuando recuperó el trono nacional a lomos de la Quinta del Buitre. Y sobre todo, las remontadas al Inter, al Anderlecht, al Moenchengladbach. Aquellas dos UEFAS con sello Champions.

Hablando con mi sanedrín paticular, me dijeron que ya entonces Juanito había perdido esa velocidad descomunal que le había convertido en el mejor exterior derecho del fútbol nacional, la que le equiparaba al gran Garrincha, sólo que sin el defecto de nacimiento que arqueaba las piernas del brasileño hasta convertir su regate en imprevisible, cuenta la leyenda. Pero también decian que Juanito se había reinventado yendo más al medio para explotar una calidad individual que le permitía dominar todo tipo de recursos técnicos, el más famoso, el pase con el exterior, incluido en los saques de falta, que le copió a Cruyff. Ése es el Juanito que vi, resumido en aquel golazo al Madrid jugando con el Málaga, una vaselina maradoniana que sobrevoló a Buyo desde 30 metros. Fue la firma final, un 6-2 a su equipo.
El Juanito que no vi llegó al Atlético desde Fuengirola y subió fulgurante, en temporada y media, del juvenil, al amateur, de ahí al filial, y así hasta el primer equipo. Iba a marcar época cuando, jugando contra el Benfica, le partieron la pierna. El Atlético, dijo él entonces, no respetó su recuperación, lo desecharon pensando que la lesión no tenía vuelta de hoja. Pero había otra parte, la que hablaba de una recuperación acelerada por la copas de la noche madrileña. Quién sabe. El caso es que se fue al Burgos, a Segunda División, y se salió. Lideró el ascenso y, una vez leí, que jugó allí el mejor fútbol de su vida. Pujaron por él los grandes. Por razones obvias, desestimó al Atlético, y después aceptó la oferta del Madrid antes que la del Barça, que ofrecía el doble de los 27 millones de pesetas que pagó Bernabéu -cosa extraña, cuando uno se abastece sólo de lo que hay en la Masía y dice «más cantera y menos cartera»-. De lo del Madrid habréis leído ya mucho, de su carrera, de los homenajes, de su amor por la tauromaquia -se hizo cortar la coleta por Curro Romero en La Rosaleda-, de que iba para figura de los banquillos… Yo me quedo con lo que una vez me dijo un venerable utillero de la RSD Alcalá en una tarde de entrenamiento en El Val: «Jaime, los jugadores han perdido el tacto la mayoría. Antes te daban alguna propinilla por limpiarles las botas. Ahora, de estos 20, sólo Montero suelta algo cuando le doy las suyas». De Juanito algo similar me contó alguien del Madrid, sino con las botas, con otro tipo de atenciones. Por eso, genialidades y líos al margen, me quedo con el modelo de humildad y nobleza que caracterizaron al ‘7’ fuera del campo. Es lo que saco de Juan Gómez ‘Juanito’ -nombre, apellido, apodo…como los toreros- 20 años después. Un genio al que yo hubiera puesto los mismos ingredientes; si acaso, bajando la dosis de pimienta…

JAIME FRESNO. 2 de abril de 2012

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