Dicen que el verdadero Tour de Francia arranca en la quinta etapa, 160 kilómetros desde Vittel, la ciudad del agua mineral que patrocina la carrera, y la Planche des Belles Filles, la ‘Plataforma de las chicas bonitas’, donde Chris Froome ha idealizado el primer gran golpe a la General en la montaña, tal es su costumbre cuando llegan las primeras rampas de entidad. El jefe del Sky afronta la subida que lo dio a conocer en 2012, cuando ganó en la cima y enseñó al mundo que sus cualidades iban mucho más allá del mero papel de lugarteniente de Bradley Wiggins. Ese día, sacó de rueda a su jefe y a Cadel Evans, y levantó los brazos tras un espectacular arreón final.
Fue aquella una auténtica carnicería del Sky, en el año en que los hombres del galés David Brailsford inauguraban su lustro de dominio en el Tour de Francia, refrendado con cuatro victorias absolutas –Wiggins, más el trío de Froome-. La excepción la puso Vincenzo Nibali en 2014, el otro ganador en una cima, la de hoy, que en su corta historia en el Tour sólo ha visto entrar triunfador al futuro campeón en París. Huele por tanto a jornada grande, máxime teniendo en cuenta que el Sky marcha con ventaja en el marcador desde la crono inaugural de Düsseldorf y que, por tanto, sus rivales deberán moverse. Pero, ¿quién o quiénes? Podríamos llamar a ese grupo la ‘amenaza fantasma’, en tanto la carretera no muestre amenazas reales para atentar contra el poder británico.
Muchos miran a Nairo Quintana, algo obligado cuando, como hoy, la carretera se empine a casi el 9% durante los cinco kilómetros finales. Pero también muchos saben que el colombiano necesita puertos intermedios y esta etapa sólo ha programado antes uno de tercera categoría. Y están las dudas: la que suscita su derrota en el Giro de Italia ante Dumoulin, por no ser capaz de dar continuidad a su excelente demostración en el Blockhaus, y la que va aparejada a la baja de Alejandro Valverde, que hoy iba a ser una pieza capital en la estrategia del Movistar. Otros, miran a Richie Porte, pero el australiano, sin duda el más solvente en las carrera de aproximación al Tour, se quedó a medias en su ataque final en Longwy, sin poder sostener su ataque tras menos de 500 metros de demarraje. ¿Fue una maniobra táctica o una revelación de debilidad? Dudas y más dudas, como las que ofrece Alberto Contador. El pinteño pasa en Belles Filles la prueba del algodón: lleva demasiado tiempo sin rematar un ataque en los cara a cara con los favoritos y necesita enjugar la desventaja de la crono incial. Su movimiento se da por hecho, a rebufo de Jarlinson Pantano, pero hay incertidumbre sobre si su ataque será con fuego real. Y luego, están los Romain Bardet, Thibaut Pinot, Fabio Aru, Rafal Majka, Dan Martin –en una subida muy del estilo del irlandés-, y posibles outsiders que, aprovechando el marcaje de los favoritos, rompan la leyenda de que en la Planche de Belles Filles sólo ganan futuros ganadores del Tour de Francia.
La otra leyenda, la histórica, permanecerá inalterable ocurra lo que ocurra, y es ésa que dice que la Planche des Belles Filles tomó su nombre como homenaje trágico al penoso episodio supuestamente acaecido en el siglo XVII, en plena Guerra de los Treinta Años, cuando las mujeres de un pueblo cercano a esta montaña se suicidaron tirándose a un lago, prefiriendo esa muerte a la que les esperaba a manos de los invasores suecos. Nadie sabe si eso fue cierto, pero en el puerto se erige una estatua conmemorativa que parece certificarlo. Y nadie sabe quién puede atentar ahí contra el dominio de Froome, porque la amenaza, por ahora, es ‘fantasma’, tanto como las chicas bonitas de la cumbre.