Cara de malo

Siempre he reconocido a mis íntimos que uno de los momentos que más se me grabaron en mi infancia fue el vivir la cocción, el durante y el después de la histórica victoria socialista de 1982: los autobuses saliendo de Villalba al mitin del medio millón de personas de Felipe González en Ciudad Universitaria, y aquel otro de Txiki Benegas en Miraflores de la Sierra, en el que repartían Pepsis y bocatas de chorizo a guajes y talluditos como si no hubiese un mañana. Eso, y aquellos mareos con posterior vomitona en las curvas que bajan a Soto del Real. Y, por supuesto, el hundimiento del ‘Cara de Malo’, el 202 a 16 del PSOE a Alianza Popular en escaños, el ver a Manuel Fraga, el ‘Cara de Malo’, derrotado. Tenía nueve años y veía como mágico aquel ambiente electoral. Además, ganaba la Real Sociedad: gobernaban Arconada, Zamora y López Ufarte.

No soy sospechoso de simpatizar con el Regimen y sus denigrantes excesos, y ya en clave democrática, tampoco con ideologías escoradas a la derecha, pero eso lo digo ahora, año 2012, pues desconozco cuál será mi ulterior evolución, porque la vida se mueve y yo, con ella. Y tampoco me considero un ‘tolay’ al uso que se ponga en brazos del primer estereotipo que pasa por mi lado para jugar al blanco o al negro, tal y como hacía aquel crío que se mareaba en las curvas de Miraflores. Por eso, no creo en ángeles y demonios y sí creo en que todos tenemos fantasmas en el armario. La diferencia estriba en quién los guarda mejor, en quién toma iniciativas que hagan progresar las cosas en base a una preparación previa, y en quién tiene la honestidad suficiente para admitir errores y utilizarlos positivamente en aras de una evolución a mejor. En los más de tres mil artículos y textos publicados, más algunas decenas de entradas en facebook, he intentado contemplar todos los puntos de vista, construir una información lo más rigurosa posible y respirar tres o cuatro veces antes de opinar a la ligera. Porque facebook, aunque construido a base de agregar amigos, compañeros o conocidos, es un sitio más o menos público y ello, creo, demanda a veces escribir con cierto sentido de la responsabilidad, mayor o menor, claro, en función del calado o repercusión de lo escrito.

Sin pretender ser juez, y sí con el ánimo de debatir con quien quiera hacerlo -con datos, eso sí-, permitidme exponeros las claves que, para bien y para mal, marcaron a fuego el personaje de Manuel Fraga, desde la experiencia de quien algo estudió al ‘enemigo’ para conocerlo mejor y se ha tomado 24 horas para repasar su biografía desde todos los puntos de vista a mi disposición: periódicos de ideologías diversas, consultas improvisadas a voces autorizadas de mi entorno; socialistas, comunistas, rojos, azules, Maripilis y Josemaris, maestros, abogados, periodistas, jubilados castigados por el franquismo y el comunismo…Y las  historias de la Transición y Franquismo (ABC, Diario 16) que están en las estanterías de casa de mis padres. Y recomiendo, ya que estamos, el suplemento de ocho páginas que ayer publicó El Mundo -16 de enero de 2012- , en el que no se pasa precisamente de puntillas por los puntos oscuros del político gallego. Procuraré abreviar.

Ante todo, Fraga, el mayor de doce hermanos, fue un hombre de acción con ansia de poder, alentado por una de las mejores preparaciones intelectuales que haya tenido cualquier político en España: catedrático de Derecho Político y de Teoría del Estado y Derecho Costitucional; doctor en Derecho y Licenciado en Ciencias Políticas y Económicas. Ejerciendo lo primero, en cierta ocasión un estudiante le preguntó al catedrático: «¿Cómo es posible que usted estuviera cuarenta años con Franco?». Respuesta: «Hubiera sido ministro hasta con Chindasvinto -rey godo-«. En realidad, ya podría  terminar aquí el artículo, porque nada mejor que esa frase para comprender la personalidad y ambiciones del politico lucense. Pero vamos a desarrollarlo:

Fraga quería mandar, y en su madurez había dictadura. Con esa mentalidad, no había otra que pasar por el aro de Franco. Y su ideología conservadora, de marcadas raíces católicas -pudo ordenarse sacerdote en su retiro en el Monasterio Benedictino de Samos-, no contemplaba una actividad política contraria al Régimen.

Después de ocupar varios cargos relevantes, es nombrado ministro de Información y Turismo cuando él esperaba serlo de Educación. Desempeña la labor de 1962 a 1969, siete años en los que España pasa de recibir dos millones de turistas anuales a diez veces más, en los que potencia la red de paradores nacionales -se pasa de 40 a 83-; años en los que suprime la censura directa a través de la Ley de Prensa, si bien el Régimen aún puede ejercerla de forma indirecta aprovechando ciertas ambigüedades, algo que hace que Fraga queme su imagen como cabeza visible del aparato propagandístico de Franco.

Desde dentro, e intuyendo el declive del dictador, Fraga se empieza a postular como futuro presidente del Gobierno tomando una iniciativa aperturista, por otro lado más fácil de adoptar en la menor rigidez del tardofranquismo. Comienza a intentar transformar el sistema desde dentro, que es como casi todos los expertos coinciden en señalar que se hacen las transiciones. En ese contexto, y tras el estado de excepción provocado por el Proceso de Burgos, utiliza el Caso Matesa para cargar contra ministros del Régimen corruptos, afines a Carrero Blanco, y propaga sus fechorías a los cuatro vientos en calidad de ministro portavoz. Es una maniobra siempre encaminada al objetivo último de llegar al poder. Franco destituye a todos y Fraga deja temporalmente la política para dirigir la fábrica de cervezas El Águila, antes de recibir el revés de no ser elegido presidente en 1973, cuando Franco nombra a Carrero Blanco en detrimento de él y de Raimundo Fernández Cuesta. De ahí, acepta la embajada de Londres, donde trabaja codo con codo con el socialista Fernando Morán y ya recibe visitas muy relacionadas con la formación futura de Alianza Popular.

Es ahí donde inicia su época más oscura, al aceptar la vicepresidencia y la cartera de Gobernación en el gobierno de Carlos Arias Navarro, con Franco ya muerto. Los sucesos de Vitoria y Montejurra, siete muertos y más de cien heridos, quedan en su debe como máximo responsable de Interior. Además, son extraños sus viajes a Alemania y Venezuela, coincidiendo con los hechos, para aparecer después justificando de mala manera la represión policial, por mucha violencia que emplearan los manifestantes. Adolfo Suárez gestiona los sucesos de Vitoria en calidad de Secretario General del Movimiento y gana puntos decisivos para derrotar a Fraga por la mano en la carrera presidencial predemocrática. Luego está el caso Grimau, un asesinato en toda regla de un comunista, fusilado tras un Consejo de Ministros en el que, lógicamente, él estuvo como titular de Gobernación. No obstante, en esta época ya tiene un choque frontal con los franquistas al decir que hay que legalizar el PCE.

A partir de ahí, y tras su aportación a la Constitución, sustituyendo a Alfonso Guerra y en buena convivencia con Jordi Sole Tura, he llegado a la conclusión que la creación de Alianza Popular sirvió para evitar el crecimiento de un partido de extrema derecha que aglutinara un caudal importante de votos, tipo el que creció en Francia liderado por Le Pen. Es decir, aun asumiendo lo trasnochado y anacrónico de sus postulados, fue importante para evitar un mal mayor, encarnado en el pujante Blas Piñar, líder de la extrema derecha.

Manuel Fraga, que en 1983 llegó a tener como jefe de seguridad a un cabecilla del grupo terrorista argentino Triple A, comprendió al final que él no podía liderar el centro derecha. Se hizo a un lado tras alcanzar los 106 diputados con Coalición Popular, el 26% de los votos, en las Elecciones de 1986, y cuando ya aglutinaba los restos de la extinta UCD. Tras el experimento sucesorio fallido de Antonio Hernández Mancha, intervino para que la jefatura popular pasara a José María Aznar, cabeza visible en la refundación del partido de 1989. Y de ahí, a Galicia y cosas más cercanas.

Puedo haber incurrido en alguna inexactitud o haberme dejado algo, pero básicamente ésta es la secuencia de la acción política de Fraga. Para mí, la moraleja está en contextualizar las cosas en su justa época. No es fácil salir de una dictadura cruel y pasar a la normalidad democrática sin pagar grandes peajes. Sólo hay que ver lo que sucede en los períodos post dictadura abiertos actualmente en países como Libia o Egipto. Creo que aquí, en España, no se hizo mal del todo y que el coste en violencia y víctimas, lamentable y condenable en sí mismos, no es comparable al de otros países. Y que la ejecución de una idea a veces precisa de largos caminos, vueltas atrás, obras en contra de principios y algunas cosas más que pueden resultar reprobables si hablamos de hechos como los que acaecieron en esa España de cambio de finales de los 70. Lo importante es que entonces, políticos de ideologías diversas acordaron un sistema democrático aún vigente, aunque sea susceptible de ser mejorado en muchos aspectos. Y que Fraga hizo cosas malas, pero también buenas en clave de evolución de un sistema que contribuyó a institucionalizar, partiendo con el peso en la mochila del personalismo más absoluto del dictador, aunque para mí, dicho sea de paso, haya habido políticos aún más importantes en ese proceso. Lo que no tengo es noción de estar ante un asesino, tampoco ante el padre definitivo de la democracia. Sí tengo noción de que el otro día murió el ‘Cara de Malo’ de mi niñez, y el ambicioso estadista, contextualizado en los años oscuros, que a nadie deja indiferente. Digamos que hoy me dediqué a juntar las dos imágenes.

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