
Atocha, visto desde Duque de Mandas, con la torre casi pegada al Gol Sur
No espero a que el autobús de la línea 21 llegue a la Plaza de Guipúzcoa, porque allá, al otro lado del Urumea, rompiendo el paisaje del barrio de Eguía, sigue esa torre fea, de fachada de un color grisáceo guarreado por el desgaste de casi medio siglo y las humedades del Norte, con sus líneas de ventanas de aluminio plateado marcando cada planta. Una vez leí que era el edificio más alto de todo San Sebastián, superando por poco a unas torres de Amara y a otras de Bidebieta. Pero allá, en Eguía, no tiene rival posible: sobresale de una forma obscena, paisajísticamente hablando. Y pese a todo ello, la veo y no espero, decía, a llegar al final de trayecto. Veo que el autobús para en el precioso puente de estilo parisino que enfila la mole casi en línea recta: el San Sebastián de la Belle Époque y el de los ‘Mauvais Moments’ puestos en contraste; el esplendor añejo contra la modernidad decrépita.
Pero ocurre que la primera vez que vi esa torre fue en la tele, en un plano panorámico al poco de marcar la Real Sociedad en el Gol Sur de Atocha, quizá acabando los 70, o puede que en los primeros 80, que da igual. Y pasa que aquel recuerdo me lleva a la escena en la que Roberto López Ufarte, aquel número 11 endiablado cuya camiseta nunca llegué a tener, ni siquiera el cromo, festejaba con su abuela a ras de césped la segunda Liga, tras aquella victoria final sobre el Athletic Club de Bilbao. Y como en la otra imagen, allí, dominando el estadio, como si estuviera construida sobre el voladizo del fondo, estaba la torre. Y esa torre, con toda su aberración estética, lleva años indicando al forastero que no tiene la ciudad situada en su cabeza que allí jugó la Real Sociedad, desde 1913 hasta 1993, como si la idea de construirla en 1973 hubiese surgido sólo para ubicar el estadio para cuando entrasen las máquinas a demolerlo.
Voy hacia allí con paso ágil, mientras la belleza del puente me hace creer que el Urumea es el Sena. Y no termino de recordar si cruzo el de Santa Catalina o el de María Cristina, pero un hombre me zanja la duda a la vasca: “Aquí lo llamamos el de la Renfe”. ‘Ni p’a ti ni p’a mí’. Ya al otro lado topo de frente con la estación, cuyo romanticismo de fachada queda hecho trizas por los modernos tornos de dentro, que no dejan pasar para echar un vistazo más minucioso a la parrilla de vías. Con ésas me salgo de nuevo al Paseo de Francia, y enfilo hacia el mar para ir a pasar el tunelillo que me cruza al corazón de Eguía, a la mítica calle del Duque de Mandas, la que daba dirección postal a Atocha. Y ahora ya veo la torre marcándome claramente dónde estaba el Estadio, pero la magia queda rota por un Eroski encerrado entre edificios feos y robustos, justo donde la Real se tiró jugando 80 años tras dejar el primitivo campo de Ondarreta, allá por las faldas del Igueldo.

Campo de Atocha, con la hierba salvaje tras entrar en desuso
Desvío la vista para escudriñar la calle, y enseguida me asalta otro recuerdo, más claro que el anterior. Es el del verano de 1988, cuando mis padres alquilaron por mediación de la tía Pili un piso justo enfrente de Atocha, y yo no me enteré de que eso era el campo de la Real. Sonrío al rememorar que, al instalarnos en esa casa, me asomé al balcón y vi a gente trasegar con fruta, con mucha fruta. Y que el olor subía tan fuerte por la fachada que corrí a decirle a mi madre que qué suerte, que tenía el mercado enfrente. Craso error. Al bajar y cruzar de acera, vi las taquillas y un cartel que anunciaba que la Real Sociedad 1988/1989 se presentaba oficialmente al día siguiente, con Bakero, López Rekarte y Txiki Begiristain, poco antes de su alta traición. No me lo perdí. Fue aquella la primera y única vez que pisé Atocha, esa grada blanca descolorida que bajaba sin butacas hacia las vallas que casi pegaban a la línea lateral del campo, de una hierba perfecta de pelo corto, muy corto, resplandeciente bajo el sol cantábrico, y cuyo olor se mezclaba con el de la fruta del mercadeo de afuera.
Nada de eso queda ya en Duque de Mandas, sólo la torre que ya no quiero ver. Y sigo andando porque reconozco la curva del fondo que vira a la izquierda cuesta arriba, como para dejar lucirse al histórico y espectacular parque de Kristina Enea. Es la curva que marca el final de Duque de Mandas y da inicio a la calle Eguía, y la reconozco porque por allí vivía el tío Mariano, al que recuerdo a menudo por muchas cosas, pero especialmente por aquellas medias con 31 que sacó para ganar por la mano a los amigotes entre la neblina de puros del Bar Donosti.
Mecánicamente enciendo un pitillo en las mesas altas que tiene sacadas afuera el primer bar de la cuesta, y vuelvo al recuerdo de aquellas vacaciones del 88, a las tardes de televisor para ver ganar el Tour de Francia a Perico Delgado, a los ratos con mi madre escuchando a Moustaki en el radiocasete de la casera, aún con el soniquete de aquélla que decía: “(…) Maintenant Nicolas et Bart, vous dormez au fond de nos coeurs, vous étiez tous seuls dans la mort, mais par elle vous vaincrez !…”, que entonces no tenía ni idea de lo que decía, porque nunca me la puso la profesora de francés, André Fayard, a la que decíamos André ‘Follar’…
Tras apagar el Lucky voy adentro a echar un zurito y un pintxo de croqueta, desembarazándome ya de los recuerdos y empezando a mirar mucho el reloj. Hace calor en San Sebastián, con esos 28 grados que parecen 40, mecidos como están por la humedad del Cantábrico. En las perchas de los periódicos cuelgan ejemplares del Sport, El Mundo Deportivo, el Gara y el Diario Vasco, todos con gran despliegue tipográfico de la muerte de Ángel Nieto. En el bar hablan de ello y de lo aprovechados que son los hijos, el Pablo y el Gelete, también del Fonsi. “Eso es vivir del padre”, dice el camarero, dirigiéndose a dos jubilados que le dan al gambón y al txakolí de Getaria. Hablan animados en la esquina de la barra y, de vez en cuando, mete baza una señora a la que se ve claramente superior al marido, que está detrás, como cohibido. Noto que a cada poco el camarero me mira de soslayo, como calibrando si mi silencio indica que tengo la antena a tope, que la tengo, porque a quién voy a escuchar si no. Así que, al ir a pedir otro zurito, y sintiéndome descubierto, tercio y le pregunto por los pisos que hicieron sobre Atocha, y me dice que son de protección oficial y que están muy bien. Y yo ya no lo suelto y pregunto por cómo era el ambiente en el bar en día de partido, y confirma que allí casi no se podía entrar desde casi dos horas antes, que batían récords con los barriles de cerveza, los vinos y los coñac, que eran muy buenos tiempos y que qué putada que hicieran Anoeta. Lo dice como una letanía mil veces repetida, así que, como veo que acaba el carrete, hago el golpe de cadera que gira el taburete hacia los jubilados y el matrimonio ‘descompensado’.
Ahora se han enzarzado con la política, y mientras la señora, ya casi a voces, hace de Pablo Iglesias, pronunciando vehemente la palabra pre-ca-ri-e-dad, el señor que tengo más cercano desgrana uno a uno todos los datos del descenso del paro, cual Rajoy a la donostiarra. La cosa pinta mal, pero acaba pronto, con el señor dominando la escena. Ni se pone nervioso ni cesa de rebatir. Procesa fino. Tanto, que la otra se marcha dirigiendo sus conclusiones hacia la puerta y tirando del marido, inane, dócil, manejable. Y el señor se me gira sonriendo, con gesto triunfal, y me invita a otro zurito porque me ha oído hablar bien de la Real y porque se ha quedado tan ancho, qué coño. “¡Sí hombre, sí! Esto era la hostia cuando jugaba la Real. Llevo 50 años viviendo aquí, ¡y qué tardes!” Y entonces digo: “¿Y a usted qué le parece la torre ésa? Un poco fea, ¿no?”. Y va y suelta: “¿Sabes qué habría que hacer? Poner unos buenos cartuchos de dinamita, todo bien controlado, claro, y volarla. Si quieres, echamos otra más abajo, rápida, que hace bueno y luego a la tarde voy a ir a la finca a sacar patatas”.
Septiembre de 2017
De fútbol no tendrás ni puta idea, pero cómo lo cuentas maestro. Es cerrar los ojos y oler puro balompié. Gracias Jaume!
Pero lo tengo bien oculto, jajaja . Me alegro de haber podido crear esa sensación al leer. Un abrazo